Alfonso Mata
Recuerdo –nos dice nuestro amigo R, un periodista. Detrás de la maravillosa celebración de las vacaciones familiares de fin de año 2019, en un activo divertirnos, y teniendo por delante amplias perspectivas laborales, educativas, deportivas cada quien para el 2020, y la patria con nuevo gobierno y gran cantidad de maravillosos eventos económicos, culturales, deportivos y de otro tipo por delante, cuando apareció la noticia en gran titular mundial: nueva pandemia a la vista.
De repente -prosigue R, apenas semanas pasado el domingo de resurrección, cuando me sobrevino una fiebre alta y pérdida completa del olfato y el gusto durante dos días y al tercero, estaba en las filas de los necesitados de prueba; pero una extraña sensación de fatiga, debilitó mis músculos y mi pensamiento se volvió lento y me salí de la fila, pues las tareas diarias no me daban oportunidad de detenerme y recuperarme. Después de todo, necesitaba trabajar para comer. A puros remedios caseros y afortunadamente la pasé.
Al finalizar R, toma la palabra mi amigo Q, médico y cirujano: Finalizada estaba la primera ola, atareado andaba realizando un evento sobre infecciones en niños, cuando adquirí la Covid-19, y en medio de dolores y malestares me esforzaba en realizarlo al más alto nivel educativo y de discusión sobre la temática del momento. Finalmente no pude mas y caí con neumonía y todo lo demás, que me paralizó un par de meses, cose de la que a la fecha no me he recupero del todo aún.
Ahora ambos tienen su vida patas arriba, porque dos verdades se vuelven obvias: han tenido coronavirus, y afortunadamente salieron de ella solo con un «leve susto», y para ellos el mundo nunca volverá a ser el mismo que antes. En ambos el 2020 ha quedado atrás y han tenido tiempo de repensar lo que han vivido y responder a la pregunta principal: ¿qué nos trajo el año bisiesto anterior? ¿Qué vimos? Y lo más importante: ¿qué espera por delante de nosotros?.
Tanto R como Q han perdido al menos un compañero de trabajo y un familiar y refieren estar impresionados, especialmente Q, con una palabra que se puso de moda «TORMENTA». Me parece que antes nunca la habíamos usado con tanta frecuencia –dice R – TORMENTA DE CITOQUINAS; – TORMENTA CEREBRAL; – TORMENTA SOCIAL; – TORMENTA DIGITAL; – TORMENTA SUICIDA. Al respecto de esas tormentas: en enero 2020, informes de prensa publicaron de un brote de una nueva infección, causada en una de las provincias de la República Popular China. Nuestros amigos pensaron en aquel entonces que siempre había algunos brotes. En 2004, hubo un brote de coronavirus en China, y aunque la tasa de mortalidad fue del 10-12%, se desvaneció rápidamente, ni siquiera tuvieron tiempo de crear una vacuna, no fue necesaria. Q nos cuenta que desde hacía años ya conocía perfectamente sobre la familia de los coronavirus: “durante cada año, siempre hay varios niños con este diagnóstico” se afirma. Las publicaciones científicas sobre el tema de los coronavirus se pueden encontrar desde los años 60 del Siglo XX (por cierto, describen ya con mayor frecuencia a los varones con la infección).
Pero apenas al mes de tomado posesión nuestro nuevo presidente, él ilustró al pueblo sobre las medidas a gran escala tomadas por otros gobiernos contra la COVID-19 y que él tomaría a la vez e incitó a prepararnos y, recurriendo a consejos internacionales y nacionales, montó hospitales y construyó planes para tener lista la atención a pacientes con este mal, que se esperaba se producirían por cientos: Afortunada y prácticamente no habría niños. Entonces, a partir de marzo, previo a la Semana Santa, el nuevo coronavirus de China cruzó nuestras fronteras y atacó. Los únicos datos que se tenían a mano en aquel entonces era lo que había sucedido en la lejana China. A la mitad del 2020, la epidemia había afectado a un número significativamente mayor de personas en nuestro país y la proporción de casos/diagnósticos confirmados, curso severo/muertes y, por supuesto, adultos/niños empezó a crecer desde entonces.
Una segunda palabra alarma a Q y a R: MUTACIONES. Para Q no es palabra nueva, para R sí. De hecho, en cualquier brote de una nueva gripe, mutaciones también ocurren regularmente: los niños y al mismo tiempo los ancianos primero sufren, porque en el primero la inmunidad aún no ha completado su formación, y en este último ya ha entrado en la etapa de des-formación. Y acá empiezan las rarezas con el COVID-19. En las primeras publicaciones científicas reina un poco de confusión y se enfatizan dos tesis: los niños constituyen una parte muy insignificante de los enfermos, las muertes entre ellos no se registran; los enfermos tienen síntomas leves, más a menudo hay portadores asintomáticos ¡así que no hay necesidad de entrar en pánico!. Sin embargo, los niños deben ser el centro de atención particular, ya que pueden desempeñar un papel en la propagación de la enfermedad y tener efectos sobre la salud a largo plazo, debido a infecciones asintomáticas. ( World J Pediatrics , 07.02.2020).
Para Q y R, desde el momento que se supieron enfermos hasta el día de hoy, la idea de algún tipo de mensaje secreto a la humanidad en forma de una nueva infección por coronavirus no los abandona.
Para Q, la pequeña victoria de los niños ante la enfermedad, fue solo la primera de una serie de «rarezas» del nuevo virus. Y la segunda rareza relacionada con el virus fue las TORMENTAS de una producción masiva de químicos y destrucción de tejidos que daña a la persona. Tormenta que Q siendo médico nos aclara. Por ejemplo –nos dice, una tormenta de citocinas ocurre durante el período agudo de todas las enfermedades infecciosas y no infecciosas conocidas (ataque cardíaco o un derrame cerebral, enfermedades reumáticas, reacciones alérgicas); después de todo, esta es la respuesta universal del cuerpo a la inflamación inmune incipiente. Su gravedad, duración y escala pueden variar. Con un infarto, por ejemplo, esta tormenta es más pronunciada que como ocurre con muchas otras enfermedades, pero no requiere el uso de fármacos anticitocinas y no causa una mortalidad a tan gran escala. Y en las enfermedades reumáticas, la tormenta de citocinas es más prolongada y los regímenes de manejo del paciente son completamente diferentes que en el caso de una nueva infección por coronavirus; rareza que aun no se responde del todo satisfactoriamente.
Pero luego de toda tormenta llega a la calma. La identificación del fenómeno de la tormenta, sugirió estrategias terapéuticas para luchar y protegerse de ellas que se han venido perfeccionando y que actualmente salvan miles de vidas de pacientes gravemente enfermos.
Por cierto, el SARS-CoV-2 nos tira otra rareza: es muy selectivo en lo que hace dentro de los cuerpos. Además de las personas de mayor edad, afecta más a los hombres que a las mujeres, más a menudo gordos que delgados, más a menudo con diabetes y problemas de aumento de la coagulación de la sangre que no, y según el análisis de datos de los EE. UU. a los migrantes latinos y afroamericanos y su población indígena. Ante eso, los estudios se han disparado, en el campo de la genética, de la constitución de tejidos, hasta los hábitos sociales y el acceso a los servicios. Lo cierto –afirma R: las diferencias interraciales e interétnicas aún no han encontrado una explicación inequívoca. Y esto es, por supuesto, la «rareza»: la selectividad de daño en diferentes grupos de personas.
La incertidumbre a veces es peor que la realidad –afirman mis amigos. Ambos pasaron por la incertidumbre de que iban a morir, y en el caso de Q, fue muy importante para él apoyarse tanto en sus colegas como en la literatura científica que día a día producían las prestigiosas revistas, mientras que para R, la incertidumbre alimentaba su miedo, fortalecido por las tantas contradicciones en las redes sociales, explicando la extraña enfermedad en forma totalmente contradictoria.
(continuará)