Alfonso Mata
Esta parece ser una conclusión del personal de salud de todo el mundo. A nadie le cabe la menor duda que el personal hospitalario y de hogares de ancianos, están pasando por un momento difícil. La situación sobrepasa el año y una tercera ola trae consigo a que muchas enfermeras y enfermeros, médicos y demás personal pierdan los nervios, algunas incluso renuncian a sus trabajos. En todo el mundo, el personal de salud se reduce y se ha inventado incluso un nuevo término «despido voluntario».
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No cabe duda que hay varias razones en esto y que la gente agarra poca conciencia al respecto: se le da bono a un empleados y funcionarios que nada que ver con la pandemia, pero al personal de salud: NINGUNA a pesar de que una de las razones de renuncia es: condiciones de trabajo difíciles y un salario miserable y desproporcionado con lo que se hace. Estrés constante y miedo a contraer una infección por coronavirus es de a diario. Muchos todavía lo toleran y no se rinden, porque creen que eso sería una traición. Pero los expertos consideran que en ninguna profesión han existido despidos masivos por su propia cuenta después de la pandemia como en el personal de salud, sin que se vea en el horizonte una decisión política para mejorar las condiciones y el pago de los cuidadores de enfermos y ancianos. Tampoco los organismos internacionales se parten el alma, abogando por ello: ¡Sin novedad en el frente, sigan adelante hasta reventar!
Nadie se pone a pensar que esto es serio y degradante, en una sociedad que permanece impasible ante lo que sucede. Nadie se pone a pensar que en las unidades de cuidados intensivos y los aislamientos, no es solo la capacidad técnica del trabajador de salud la que está operando, también su capacidad física y mental y tiene que realizar tareas como reemplazar a los familiares y amigos de los pacientes e incluso actuar como religiosos y religiosas y eso…nadie lo agradece, nadie lo visualiza.
A lo anterior se suma como motivo de estrés, la falta de recursos materiales, y si bien el temor a contraer un virus peligroso ha menguado con la vacunación, eso no quita que se siga sumando la crónica fatiga y deterioro de la salud del personal de salud, por el tiempo que deben pasar al lado de sus enfermos y es casi imposible encontrar un reemplazo, por lo que la carga de trabajo crece o se mantiene.
La situación descrita, a pesar de ser informada por los medios de comunicación y miles de portales de internet, conmueve pero no apremia a un acto de solidaridad. Qué manifestación hemos realizado a favor de ellos: ninguna y eso a pesar de que miles de hogares se han visto favorecidos de sus prestaciones. Así de fácil es esclavizar a alguien.
La voz de una enfermera nos revela la situación trágica: «Miré usted, yo he asistido a cientos de contagiados y ayudado a su buen morir. Pero a mi madre, haya en el oriente, nadie le ayudó a ello, y yo de tonta, en lugar de ir con ella en sus últimas, me quedé por responsabilidad acá, pues si me iba, me despedían». ¿Y no buscó remplazo de turno? Le pregunté “A quién, si todas estaban ocupadas. Ahora tomo antidepresivos que me regalan o que consigo de muestras. Tratamos de apoyarnos mutuamente, pero es alivio solo de ratos.
Recientemente, mis colegas y yo recibimos vacunas. Para serle honesta, el miedo no ha disminuido, porque todos los días tratamos directamente a pacientes con COVID-19. Nunca había visto tanta muerte al punto que creo que es la única viva entre nosotros.
Si el personal de salud hablara francamente como esa enfermera, seguro que casi todos nos dirían que su trabajo durante la pandemia afectó su salud y muchos de ellos estarían pensando seriamente en la posibilidad de cambiar de profesión. Ya hay entre ellos, hombres y mujeres que se han vuelto adictos a medicamentos para reprimir ansiedades, temores y cansancio. Otras y otros, adictos al alcohol. El aislamiento social ha afectado a una buena proporción pues, no hay para ello poder distraerse de los problemas del trabajo e incluso muchos de sus familiares los evitan, con tal de no contagiarse. Un enfermero es claro al respecto. “Mi esposa y su familia me quitaron la posibilidad de ver a mi hijo, tienen miedo de que lo contagie y hasta que no me ponga la segunda dosis, no me dejarán verlo. Mi familia se porta igual; ni mis padres quieren verme y mis hermanos me amenazaron si voy, pues creen que el virus viene de los hospitales. Mi primo se contagió, a pesar de que le conseguí cama en el hospital no lo llevaron, prefirió morir entre los suyos. La gente es ingrata. Cuando empezó la cosa, nos traía comida, agua, máscaras, de todo; los políticos venían a visitarnos y nos prometieron de todo. Eso duró un mes, dos y luego, silencio como usted puede ver en los pasillos. Y ahora que la cosa esta más dura: nadie asoma su nariz. Ahora ni siquiera nos alimentan de promesas sino de insultos y malos tratos. Todos: pueblo, políticos, religiosos, asociaciones, todos demandan de nosotros una atención digna, pero ellos no mueven un dedo por ayudarnos. Para cumplir necesitamos más personal y no más carga de trabajo. Cada uno de nosotros trabaja por dos o tres y eso ni autoridades ni organizaciones internacionales tratan de cambiarlo. Si la situación no mejora, buscaré un trabajo más tranquilo; dicen que en Estados Unidos y Europa están pagando bien por los cuidos de enfermería”.
De tal forma que la vida del personal de salud se ha convertido en trabajo continuo. Es muy posible que una de cada dos personas que atienden casos, se haya contaminado.
En el pasillo, me topo con un médico y una enfermera saliendo de la unidad de cuidados intensivos. El médico me cuenta: «Fue difícil para mí acostumbrarme al hecho de que durante una pandemia, los pacientes mueren solos. No tienen la oportunidad de despedirse de sus seres queridos, nadie más que el personal médico está cerca y no podemos atenderles su agonía espiritual. Aquel paciente que ve usted en la orilla de la sala, es un hombre de 35 años, padre de dos niños pequeños; vino con un infarto y su examen de coronavirus dio positivo. Su condición empeoró en dos días. Ahora está conectado a un ventilador, tenemos muchas esperanzas que sobrevivirá pero no lo creo. Su esposa tiene secuelas de un derrame cerebral. Mire, acá vienen muchos con parejas o familiares con enfermedad grave, de eso no me había dado cuenta antes que existiera.
No puedo acostumbrarme. A menudo tengo pesadillas en las que hago algo mal o en que no tuve tiempo de ayudar. Me despierto y respiro aliviado, dándome cuenta de que era un sueño. Pero hay días en que la realidad es como una pesadilla.
Ahora no entiendo como hay manifestaciones de gente que se oponen a las restricciones forzadas por la pandemia. Creo que somos un pueblo poco solidario, pues ni aunque nos llevaran al hospital para poder ver con nuestros propios ojos cómo la gente muere sola, escuchar cómo sus familiares lloran en el teléfono cuando se enteran de la muerte de sus seres queridos y no pueden despedirse de ellos, cambiaríamos de actitud.
El concluir el doctor, noto que sus ojos están llenos de tristeza y al despedirse me recuerda: «todavía no hay cura para el Covid».