Adolfo Mazariegos
Hace dos o tres años leí un interesante artículo acerca del trabajo infantil en México (publicado en el diario El País, de España, cuya fecha exacta de publicación no recuerdo en este momento). Su autor, Ignacio Fariza, denominó a dicho fenómeno (lo parafraseo) “una lacra persistente provocada por la pobreza en la que vive un considerable número de familias en el país”, lo cual obliga a un alto porcentaje de la población infantil mexicana a buscar formas de ganarse la vida. El artículo me hizo voltear la mirada inmediatamente al contexto guatemalteco. Y me hizo recordar, entonces, a tanto niño y adolescente que suele verse por las calles de distintos sectores citadinos, limpiando vidrios de autos; haciendo malabares con sus rostros mal pintados y los pies descalzos; lustrando zapatos o vendiendo dulces y frituras con la única finalidad (supongo) de contribuir a alguna depauperada economía familiar. Los alrededores de la Plaza del Obelisco; la Calle Montufar; el crucero del área de los museos en la zona 13; La Plaza de la Constitución en el Centro Histórico; y la esquina que de Pamplona conduce a la Calzada Atanasio Tzul, son sólo algunos de los puntos dentro del perímetro de la ciudad de Guatemala en donde a diario pueden observarse este tipo de escenas que reflejan una realidad nefasta en aumento, una realidad de la que pareciera que no quisiéramos hablar, sino por el contrario, la dejamos pasar y nos vamos acostumbrando a verla como un conjunto de tarjetas postales que pasan a formar parte del paisaje urbano con el que convivimos a diario. Eso, sin contar con el número de hombres y mujeres (también en aumento) que suelen verse en distintas partes de la ciudad, en muchos casos cargando infantes -sospechosamente siempre dormidos- pidiendo alguna ayuda económica para adquirir alimentos que permitan la subsistencia propia y de sus hijos menores. La pandemia, sin lugar a duda, ha venido a agravar y a hacer más evidente esa situación, como tantas otras que aquejan actualmente a nuestra sociedad. Con el correr del tiempo y sin exagerar, estas cuestiones pueden resultar en problemas mayores de distinta índole en el marco de la vida colectiva de todo el país. Las instituciones del Estado han fallado en atender problemáticas como esta, eso es innegable, y tristemente ese es sólo un botón de muestra de la falta de seriedad con que se ha visto durante mucho tiempo un tema tan importante cuya atención puede resultar después mucho más caro y difícil. Ver a diario ese tipo de “postales” en las calles de cualquier ciudad de Guatemala, es algo que debe preocupar, y que debe servir como punto de partida para la reflexión, y para tomar acciones concretas al respecto, con urgencia.