Adolfo Mazariegos
Dos o tres años atrás (no recuerdo con exactitud la fecha), se viralizó en medios y redes sociales de Guatemala el caso de un niño que había sido golpeado por robar comida en un mercado de Huehuetenango. «Tenía hambre, y en mi casa no hay ni tortillas con sal», dijo entonces aquel niño en su propia defensa, envuelto en unas lágrimas amargas, negras y sintomáticas que solamente pueden experimentarse en esa realidad de una Guatemala que a veces se nos olvida que existe (o que tratamos de invisibilizar porque quizá así sea mejor; quién sabe). Resultaba difícil no sentirse conmovido. Según se leía en los breves textos que acompañaban las fotos que por esos días se viralizaron con imágenes del niño en cuestión, él había salido de su casa muy temprano y no había comido nada en todo el día, lo cual, al parecer, fue lo que le llevó a tomar de forma indebida algo que le permitiera saciar el hambre. No obstante, resultaba complicado tener un panorama claro y preciso de lo ocurrido, dadas las variadas versiones que al respecto empezaron a circular profusamente: desde la indolencia de los adultos que lo vapulearon en nombre de un cuestionable orden que se escudaba en la figura de una (también cuestionable) “patrulla de seguridad de la terminal” (en donde ocurrió el suceso), hasta la irresponsabilidad de los padres de aquel menor cuyo paradero hoy es desconocido y probablemente tan incierto como cuando aquello ocurrió. Lo cierto es que, episodios como ese, evidencian con reiteración una realidad que no sólo desnuda la existencia de un lugar común en el país: la precariedad en la que viven muchos menores en la tierra de la eterna primavera, sino que además ilustra una dinámica terrible y nefasta de muchos años ya en la que la ineptitud y la falta de voluntad política en la búsqueda y solución de los problemas de fondo del Estado son evidentes. De más está citar, por ejemplo, el cúmulo de profundas deficiencias en un sistema educativo que ya es anacrónico y descontextualizado de cara a las demandas y exigencias de un mundo moderno (particularmente en esta convulsa época de pandemia); de más está hablar de los daños irreversibles que está produciendo en miles de niños y niñas la desnutrición aguda sin que aparentemente se tome verdadera conciencia al respecto, (lo que sin duda pasará a la sociedad una factura de muchos números en poco tiempo); de más está mencionar el rezago evidente que Guatemala ya empieza a mostrar con relación a otros países del área que, a pesar de los contratiempos que todos enfrentamos en la actualidad por causas más que conocidas, empiezan a aventajar en tecnología, infraestructura y visión de largo plazo… En fin. La niñez y adolescencia son una más de las materias pendientes del Estado. Y bueno sería empezar a tomar cartas en el asunto, antes de que en verdad, sea demasiado tarde.