Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

La lógica es una ciencia inútil puesto que en cuanto nos ponemos a pensar con “normalidad” –y abandonamos el ámbito puro del libro o del maestro que intenta enseñárnosla– ¡no sirve para mucho! Todos sus teóricos poderes y señalamientos se esfuman. Desde Sócrates y Platón –con su mayéutica y su lógica formal– hasta los de hoy, con su lógica matemática y simbólica o su positivismo lógico.

El hombre tercamente se empeña “normal” o habitualmente en discurrir con lógica y mientras permanece en el aula –manejando abstractas y frías proposiciones– o en el contexto académico, ejemplificando con axiomas, postulados y premisas librescas ¡todo va muy bien!, pero cuando se dispone juzgar a su prójimo o a sus propios, personales y egoístas enfoques sobre sí mismo, el reino de la lógica se derrumba y esta avalancha da paso a la inútil pasión de la sinrazón, donde toda lógica muere de inanición desesperada. De los sofistas al escolar Copi: todo se viene al suelo y la lógica queda en el más absoluto de los ridículos.
La lógica nos enseña a pensar con claridad, con propiedad y a utilizar un sistema racional en el discurso. A vece esto se nos da algo, un poco, cosa de nada, no mayor cosa. Sin embargo –y en cambio- donde damos traspiés -donde desbarramos con deslices que hasta risa dan, es en nuestro propio vivir, existir, sin ápice de lógica.

¿Qué se hace la lógica a la hora de vivir? ¿Se esconde tras las faldas de la estulticia y de la demencia? Se escapa como la más veloz de las liebres, como furtivo animal del monte al estallar de las escopetas.

Todo esto nos ocurre porque acaso la lógica no se hizo para el vivir sino sólo para pensar con corrección en la academia, podría informarme, decirme el más honesto y trasparente de los positivistas lógicos. ¡Pero habría acaso cometido un grave y perverso hecho: separar la vida del pensamiento pues, en los entresijos humanos, no debería darse tal dicotomía: el hombre no debería ¿o sí? estar como partido en dos en una esquizofrenia en la que por un lado manda la razón y, en el otro, la emoción.

Creo que el aporte de la lógica habría sido ciertamente plausible y elogiable si, en vez de proponerse en solamente a pensar, se hubiera propuesto enseñarnos asimismo a vivir. Pero esto último es en realidad parte de otra disciplina de la Filosofía: la ética –y/o de la moral– en este paradojal mundo humano donde cada cosa tiene rígidamente su campo y cada actividad no puede o no debe ser contaminada por otra, so pena de pecar de ignorantes o de anárquicos.

Así las cosas y la ciencia, la lógica debe enseñarnos a pensar y la moral a vivir. Y debido a este estático divorcio nadie sabe pensar y nadie sabe vivir. ¡Pues de qué le sirve al hombre discurrir en el aula con claridad si al salir a la calle, es decir a la jungla irracional, no sabe cómo aplicar la enseñanzas de la lógica a la vida.

El desarrollo moral del hombre no camina paralelo con sus expectativas “tecno-lógicas”. Y es porque en la primea actividad no emplea la lógica con la frecuencia que debería, mientras que en la lógica misma hace gala de utilizarla, pero con la evidencia que descubre cosas (bombas de neutrones o misiles por ejemplo) letales para la vida dando como efecto una lógica inmoral…

Los accesos al mundo de la moral –es decir, al bien– se nos cierran en la medida en que la lógica es sólo un libresco instrumento academicista ¡que en el vivir se nos niega!, porque las pasiones –y hasta la demencia– son más fuertes que la lógica que retumba (solitaria) en la paredes sordas de la academia.

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