A Erika Aifán, jueza proba y mujer de gran coraje.
Víctor Ferrigno F.
Hace cinco años, como lo hizo Espartaco contra la dominación romana hace 20 siglos, las mujeres q’eqchies que fueron esclavizadas sexual y laboralmente por el ejército en Sepur Zarco, durante el conflicto armado interno, se rebelaron al miedo y a la opresión militar, y acusaron a sus victimarios en un juicio sin precedentes en el mundo.
Este fue el primer caso que un tribunal nacional juzgó a militares por la comisión de delitos sexuales, esclavitud y otros crímenes de lesa humanidad, durante una guerra interna. Se comenzó a hacer justicia, después de 30 años de sufrimiento, resistencia y lucha.
Fue el resultado de un largo proceso, con aportes de decenas de personas, donde destaca el papel ejemplar de las mujeres mayas que de víctimas se convirtieron en sobrevivientes, luego en testigas de cargo y después en querellantes. En el duro camino para alcanzar la ciudadanía plena y la libertad, recibieron el valioso acompañamiento de la Alianza Rompiendo el Silencio, integrada por mujeres de gran valía.
Explican las mujeres violadas y sus psicoterapeutas, que el paso a la calidad de sobreviviente es de lo más difícil. La víctima sufre sola y en silencio, en un contexto de miedo, dolor, rabia, culpa y desaprobación social. En este caso, ese esquema es paradigmático, pues las víctimas fueron acusadas de ser subversivas y enemigas del Estado, cargos que no entendían, pero que generaban la represión permanente de la autoridad castrense y el rechazo de muchos habitantes de Sepur Zarco, que colaboraban con el ejército.
Algunas sufrieron la desaprobación de sus familias y vecinos, pues fueron reiteradamente violadas en público, por los efectivos militares que asesinaron a sus maridos e hijos, sufriendo una re-victimización social.
En ese contexto, vencer el miedo es un auténtico acto de heroísmo ciudadano. Para pasar de víctimas a sobrevivientes, estas mujeres ejemplares lograron generar uno de los valores humanos más preciados, la resilencia, esa capacidad de los seres vivos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas. En sus valores cosmogónicos encontraron la fuerza para galvanizar su psique, superar su dolor y su rabia, sobrevivir a sus victimarios, para luego acusarlos en un tribunal penal.
Pero en el juicio no se limitaron a ser testigas de cargo; se organizaron en la Colectiva Jalok U, una instancia legal mediante la cual se constituyeron en querellantes adhesivas, es decir, en actoras del proceso por alcanzar justicia. Estas mujeres tienen nombre, historia, una voz y un rostro, pero han pedido que no se difunda su identidad, por seguridad, solicitud que respeto.
Las he visto crecerse durante los últimos años y me han enseñado mucho. Hablan poco, despacio y quedo, pero lo hacen revelando verdades que son inconmensurables, y su voz adquiere la fuerza de un trueno, pues emana de un Pueblo que sobrevive y se apropia de su destino.
Durante su rebelión, Espartaco aglutinó a los esclavos e infringió grandes derrotas a los mejores cuadros militares romanos, gracias a dos virtudes peligrosas para el imperio: daba un ejemplo libertario a los oprimidos y no se doblegaba.
Igual hicieron las Abuelas q’eqchies de Sepur Zarco, quienes con su rebelión demostraron que se puede vencer la impunidad, que el ejército promovió crímenes de lesa humanidad, y que el conflicto se inició cuando sus padres o maridos comenzaron a legalizar sus tierras ante el INTA, y los finqueros promovieron la represión, por lo que deberán ser juzgados.
Las esclavas de ayer, encarnan hoy la nueva ciudadanía que este país necesita, para construir una nación de mujeres y hombres libres.