Pedro Pablo Marroquín

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Esposo, papá, abogado y periodista. ¡Si usted siempre ha querido un mejor país, este es su momento de actuar!

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Pedro Pablo Marroquín Pérez
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Es natural que quien creció viendo cómo se “corporativizaban” los hueveos diga que en Guatemala el problema no es la corrupción sino que todo se reduce a un tema ideológico. Como bien dijo alguien, eso es lo malo de heredar un partido político como el principal “activo” de una familia, porque el concepto que queda es que el partido se convierte en la empresa que no se dirige.

Uno debe ser consecuente y por ello es que sostengo que debemos alcanzar acuerdos incluso con aquellos que habiéndose caído, han decidido levantarse para enderezar el camino porque así es la vida, pero se requiere de compromisos reales y por eso es que, ayer decíamos en el Editorial que con quienes no podemos ni debemos alcanzar acuerdos, es con aquellos que encuentran en los vicios y la corrupción el camino de todos los días.

Y esos que se resisten al cambio cayendo en el miedo con el tema ideológico, se quejan del sistema pero en lugar de pasarse en medio con los miles de moderados que están ahí queriendo construir, siguen fomentando ese sistema que llevan años sosteniendo en hombros.

Hace unos años tuvimos una oportunidad de llegar a la elección de esta Corte de Constitucionalidad (CC) en otras condiciones, pero con la excusa del derecho indígena (medio alterno para la resolución de conflictos que se pudo haber quedado afuera porque sigue funcionando) se torpedeó una reforma que generó ronchas no por el tema indígena (puesto que al final se retiró), sino porque atacaba algunos de los vicios por los que hoy pelean a muerte los Moto, los Néster y Cía.

¿Qué si la reforma era perfectible? Sin duda alguna pero el problema fue que lejos de discutir cómo mejorarla, lo que hicieron fue mandarla a la nevera y le pusieron 25 candados porque entendieron que cualquier reforma se convertía en una amenaza a lo que ya estaban acostumbrados, aunque en ese viaje vayan pasajeros de todo tipo (y no del bueno).

El problema de Guatemala es el sistema y mientras no atinemos a cambiarlo, los cambios tomarán más tiempo. Para defender el sistema que tanto nos afecta se recurre a incentivar el miedo con el tema ideológico, cuando en realidad lo que desean es distraernos para seguir operando en paz.

Si es tanta la queja en torno a cómo opera el sistema, ¿por qué no vemos más voces pidiendo las reformas con la misma vehemencia que se pide el respeto de los plazos, digamos? ¿Por qué preocupan tanto las fechas y tan poco la idoneidad de los candidatos? ¿Por qué hay tanta queja de los amparos, la resolución de la CC pero no se dice nada que el Congreso no cumpla una orden judicial y elija cortes?

Cada quien puede alegar o patalear como mejor le guste, pero no hay coherencia en quejarnos del sistema y no hacer nada para cambiarlo.

Ayer me decía alguien que no se le puede cargar la culpa solo a un sector y es cierto, solo que esto es como la parábola de los talentos, si me dan 4 me pedirán 8 y si hay uno que es tan importante para la generación de riqueza, ¿cómo no demandarle que asuma un rol protagónico en esa transformación del país?

Por experiencia puedo decir que me topo con hueso colorado cuando abordo a alguna gente en torno a la necesidad de los cambios. Es como hablar con ministros de Álvaro Colom, en privado decían una cosa y reconocían los vicios, pero en público era otra cosa por el miedo a la “Sandrita” como le dice “Gustavito”.

Hasta que no haya voluntad de más gente para discutir y buscar consensos alrededor de los cambios al sistema, es muy difícil creer discursos porque se vuelven vacíos o palabras que suenan “chulas” pero no tienen mayor sustento.

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