Desde el final de su conflicto armado, El Salvador fue moldeando un sistema democrático básicamente bipartidista en el que los partidos Arena y FMLN se fueron alternando en el poder con varios valores entendidos a pesar de sus diferencias ideológicas. Poco a poco el principal valor entendido fue el de apañarse mutuamente en la corrupción que hizo que la izquierda y la derecha se repartieran el pastel sin sobresaltos, hundiendo al país, como ocurre con muchos en la actualidad, en un sistemático proceso de saqueo cuyo resultado ha sido la expulsión de millones de personas a las que les robaron las oportunidades y tuvieron que emigrar para mantener a sus familias sin pensar que terminarían manteniendo a todo el país para que los corruptos pudieran seguir su fiesta.
Eso llegó a su fin este fin de semana con el aplastante triunfo del movimiento populista que encabeza el presidente Nayib Bukele, quien llegó al poder sin un diputado y ahora tendrá mayoría absoluta en el Congreso. Una derrota que prácticamente desaparece a los dos partidos tradicionales castigados por su corrupción en una elección que abre espacio para una variedad de escenarios que pueden ir desde una recomposición ordenada del sistema político hasta la instalación de una dictadura autoritaria. Con el populismo es muy difícil predecir cuál será el resultado final, pero es cada vez más evidente que si hasta países con democracias firmes y arraigadas como Estados Unidos, caen presa del canto de sirena, cuánto más puede ocurrir en países donde la gente tiene más razones para estar literalmente harta de su clase política.
En todos lados el populismo encuentra espacio porque los políticos dejan de preocuparse por la gente y sólo se ocupan de sus propios negocios. Aún partidos de larga tradición terminan sucumbiendo y cuando el pueblo los identifica con los males que sufre la gente, basta una voz de denuncia, firme y atractiva para movilizar a las masas. Bukele lo supo hacer en El Salvador y en Guatemala nos puede surgir alguien que tenga el talento y capacidad de movilizar a esos millones descontentos, uniendo a indígenas y ladinos, campesinos y gente del área urbana, atrás de un movimiento que no tenga otra oferta que la de sacar a los pícaros de sus puestos y meterlos al bote. Acabar con los privilegios de unos cuantos que a punta de corrupción han controlado aún a los políticos que parecían más poderosos, operando realmente con la actitud de dueños del país.
Una chispa hace falta para unificar a todos esos sectores que, para empezar, no le ven futuro al país porque saben que toda la inversión se dilapida, que no tenemos educación, salud ni infraestructura. Una chispa que otorgue esperanza puede mover montañas en una sociedad que, para donde vuelva la vista, sólo encuentra corrupción y aprovechamiento ambicioso.
Si los grupos indígenas deponen sus diferencias y lo mismo hacen otros sectores de la sociedad y encuentran un elemento unificador en un liderazgo populista que se ofrezca como alternativa, todos esos que se dicen hoy políticos terminarán mucho peor que los de Arena y el FMLN.
Al vecino ya le cortaron la barba. Es tiempo de que, si simplemente atendemos el refrán, pongamos la nuestra en remojo.