Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Quiero referirme brevemente a dos aristas de un mismo asunto. La primera, lo que está ocurriendo en el mundo con respecto a cómo se han distribuido hasta hoy las existencias de la vacuna (o vacunas) en las que la humanidad ha puesto sus esperanzas en tanta eventual cura para la pandemia de COVID-19 que en alguna medida a todos nos afecta. La segunda, cómo se ve el tema desde una óptica local, es decir, la esperanza del arribo de una de esas vacunas a Guatemala para empezar a inmunizar a una población que, en un considerable porcentaje, más allá de la falta de voluntad e ineptitud políticas evidentes, pareciera ajena a toda esa vorágine global en la que nos guste o no, todos estamos inmersos de alguna manera. A nivel internacional, ciertamente, han empezado a surgir voces que reclaman la distribución desigual que de dichas vacunas se ha realizado desde su autorización hasta hoy. Y aunque por supuesto no pretendo justificar esa forma de proceder en manera alguna, he de decir que no me sorprende, no me extraña, y de alguna manera hasta la entiendo aunque no la acepte. Por un lado, los Estados, como es lógico suponer en un mundo actual como este en el que hoy día vivimos, buscan o deben buscar el bienestar de sus respectivas poblaciones porque esa es una de las razones fundamentales de su propia existencia, aunque claro, desde una visión quizá más académica y en términos puramente históricos y políticos, hay ahí aún mucha tela que cortar, en virtud de que situaciones como la actual coyuntura global de pandemia, trascienden (o debieran trascender) lo puramente ideológico-político. Ahora bien, en términos de la práctica o de lo que se realiza en la práctica, esa dinámica refleja una realidad a la que no escapa ningún país del mundo y que tiene su punto de partida en el ejercicio de poder que llevan a cabo unos actores con respecto a otros, sobre todo en el marco de lo político a escala global como está ocurriendo en este caso en particular (más que en lo puramente sanitario, que sin duda es toral), aunque, en honor a la verdad, ello no representa nada nuevo, esa ha sido la historia de la humanidad desde que se tiene razón en tanto que organizaciones socio-políticas: potencias o Estados poderosos versus Estados en vías de desarrollo (o incluso los muy pobres, que tristemente los hay en número considerable), algo que, mientras la humanidad exista, seguramente no cambiará, por muy pesimista que pueda parecer la observación con respecto a ese eventual panorama futuro. Sin embargo, es lógico suponer que, la sola existencia de alguien que ejerce el poder supone asimismo la indispensable existencia de alguien que lo acata y viceversa […]

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