Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

El triunfo de Andrés Arauz en las elecciones del pasado fin de semana en Ecuador está claramente definido. Supera en aproximadamente un diez por ciento a quien quede en segundo lugar, posición que hasta el momento de escribir esta columna no ha sido definida por las autoridades electorales de ese país. La lucha por esa posición es intensa, aunque el indígena Yaku Pérez ya se ha proclamado como tal. Está claro que habrá una segunda vuelta electoral el próximo 11 de abril.

Hay algunos aspectos que me parece muy importante subrayar como resultado de dicho proceso político, comenzando porque reafirma la democracia y la alternancia en el poder.

Pero también es significativo el triunfo de una opción política que es caracterizada abiertamente como recuperadora del proyecto que, en su momento, encabezó Rafael Correa. El joven político Arauz claramente reivindica los logros obtenidos por dicha administración en áreas estratégicas para el país como la educación, la salud, la infraestructura y, lo que es esencial, su posición anti neoliberal; además de declarar, sin ambages, que el ex presidente será un asesor de su gestión. Lenin Moreno sin duda traicionó el proyecto político que lo llevó al poder y, junto a quienes lo respaldan, han hecho todo lo posible por deslegitimar el liderazgo de Correa y evitar, mediante argucias legales, que pueda participar en política. Pero, a pesar de todo, la votación favoreció a quien reivindica la vuelta al proyecto político traicionado.

De igual manera, en términos de la representación parlamentaria, los bloques mayoritarios serán, el principal, del partido de Arauz y, el segundo, del partido de Pérez. La derecha neoliberal sólo tendrá aproximadamente el 10% de los escaños.

Esa derecha neoliberal fue derrotada en Ecuador, igual que en México con AMLO, igual que en Bolivia con Arce Catacora, igual que en Argentina con Fernández, igual que en Chile con el referéndum para modificar la Constitución neoliberal que les heredó Pinochet. El péndulo político continental está regresando hacia la izquierda.

Es de trascendental importancia señalar que en Ecuador se expresan dos opciones de izquierda. La “tradicional” que encabeza Arauz y la que está irrumpiendo con Yaku Pérez, representante legítimo de los pueblos indígenas de ese país y, sin duda, de las aspiraciones de dichos pueblos en el continente.

Hay en esta doble expresión de la izquierda elementos que deben ser profundamente reflexionados desde esa perspectiva ideológica. El verticalismo en la dirección política y la absolutización de la visión de clase que le cuesta reconocer otras identidades ideológicas (mujeres, diversidad sexual, étnica, ambiental…) le está pasando la factura a la izquierda tradicional.

Pero la irrupción de una opción política que critica esas características “tradicionales” presenta riesgos que pueden ser graves para una visión estratégica de esa ideología y de su práctica política. En primer lugar, la dimensión geopolítica se difumina y puede llegar a borrar la memoria histórica respecto a las responsabilidades del dominio imperial sobre la realidad contemporánea en América Latina y la consecuencia de ignorarla para el futuro de la causa transformadora -revolucionaria- que es consustancial de la izquierda para el mediano y largo plazo. Además, puede caer en la trampa de relativizar la identidad socio política de la izquierda que es propia de la lucha contra la explotación capitalista, al punto de hacerla absolutamente funcional a ella.

Todavía no sabemos con certeza si la elección presidencial se disputará entre las izquierdas ecuatorianas, aunque todo parece indicar que así podría ser.

Nosotros, en Guatemala, seguimos teniendo la oportunidad de aprender lecciones. Pueblos con altos porcentajes de población indígenas no pueden seguir siendo gobernados por élites mestizas, racistas. La naturaleza de los Estados plurinacionales no pude seguirse negando. Las divisiones de naturaleza étnica pueden ser mucho más dramáticas que cualquier otra diferencia social, si no se logran conciliar, y hacen muy difícil lograr acuerdos nacionales. Las élites empresariales deben entender que el riesgo es mayúsculo si se aferran a sus privilegios, la combinación de pobreza, exclusión y desigualdad resulta dramática.

Pero claro, todo eso sin dejar de comprender que la prioridad inmediata para nosotros es evitar que las mafias político criminales y el narco terminen de cooptar el Estado.

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