Luis Fernández Molina
Guatemala es un país especialmente privilegiado que parece no entenderlo. Un agradable clima, mucho sol y abundante lluvia que corre por sus ríos. Recursos minerales inagotables que subyacen debajo de las fértiles praderas y montañas. Tiene lo suficiente para que todos los habitantes vivan bien, pero no es así.
Para empezar nos hacen falta empleos. Pero más que “empleos” hacen falta “empleadores” porque las ofertas de trabajo no caen del cielo ni brotan de las ramas. En medio de nuestra rica fauna y humanidad falta una especie dinámica y emprendedora (ambiciosa también) que en la nomenclatura de Linneo y Darwin se denominan “empleadores.” Los puestos hay que generarlos y por ello, más que empleos lo que nos hacen falta son empleadores.
Nuestros migrantes arriesgan mucho en viaje azaroso en busca de empleadores en el país del norte. Buscan afanosamente “empleadores.” ¡Allá hay! Los que recién emergen al mercado se decepcionan porque no encuentran empleadores. Los adolescentes son atraídos a las maras porque no encuentra empleadores. El sistema electoral se contamina porque desde las más humildes bases lo impulsan aquellos huérfanos de empleador y aspiran ordeñar impunemente al único empleador que no se defiende: el Estado. A esos activistas que se agitan por conseguir un hueso, ¡qué les importa la ideología! Importa sobrevivir.
Necesitamos empleadores, muchos empleadores, ya sean grandes empleadores, medianos y pequeños, personas que contraten a cambio de un salario. ¡Búsquenlos bajo las piedras o en el fondo de nuestros lagos! Mientras más empleadores estén en el mercado mayor será la demanda de mano de obra y los salarios habrán de subir. “Se buscan trabajadores”. Con mayor demanda se evitarán los abusos y excesos. Como empresarios los empleadores procuran bajar costos, el de la mano de obra es uno más. Y si son pocos los empleadores éstos se van a aprovechar de la extensa solicitud de empleo. Simple deducción que va más allá de cualquier ideología: “si alguien quiere mi producto (empleo) que es escaso, que pague más” esto, visto en espejo, se traduce en salarios bajos y condiciones apretadas. Quien no esté de acuerdo ¡que busque otro empleador!
Cualquiera puede ser un empleador, usted estimado lector puede serlo. ¡Anímese! Es claro que los tradicionales prestadores de capital ponen innumerables trabas por los avatares de recuperación. Luego viene una maraña burocrática difícil de atravesar. El clima es inhóspito. Aparece como común denominador y eje transversal, la precariedad del sistema legal. Un sistema caduco, débil, contaminado, sesgado, que no brinda certeza jurídica. No prevalece el derecho sino los trances y la amistad con los jueces.
Pero además, las leyes laborales se nutren de conceptos manipulados; una normativa que surgió como consecuencia de los excesos que se dieron tras la revolución industrial (¡claro que hubo abusos injustificables!) se ha desfigurado y tal sustrato es el caldo de cultivo ideal para que germinen ideas populistas, demagógicas, que han tomado los justos reclamos populares para ilusionarlos con un “paraíso de los trabajadores”. De este ramal surgieron las ideas que consolidaron dictaduras, pero no dictaduras para bienestar del pueblo, sino que en beneficio de una “nomenclatura” que asentaba su poder en esas falacias. Castro, Chávez, Kim, Maduro, Ortega, Putin, etc. no viven la austeridad. ¡Qué va! Las ideologías son meras herramientas, simples accesos (rutas “waze” dirían hoy día) que marcan el camino al poder. La única ideología es el control total y el engaño. En Cuba las vacaciones son 10 días y los salarios mínimos de Nicaragua, Cuba y Venezuela son los más bajos del continente. Algunos ajustes deben hacerse a nuestras leyes laborales.