En redes sociales el vicepresidente Willy Castillo publicó la carta que envió al presidente Alejandro Giammattei sobre el proceso para designar a los Magistrados titular y suplente que debe nombrar el gobernante en Consejo de Ministros con apego a la Constitución de la República. El mensaje es, sin duda, muy sensato y producto de lo que tiene que ser una reflexión pensando en el país y el futuro del cacareado Estado de Derecho, ese del que todos hablan pero que muy pocos entienden y menos aún, en realidad desean.
Sin embargo, creo que no sólo es una opinión tardía en este abrumador proceso para la conformación de la futura Corte de Constitucionalidad, tan decisiva para marcar el rumbo del país, sino que además proviene de alguien que se dejó manosear burdamente a finales del año pasado tras ser convocado como tabla salvavidas cuando el Presidente se sintió tan tambaleante que no sólo recurrió a la Organización de Estados Americanos para que la Carta Democrática salvara su presidencia, sino que hasta llamó a su despreciado Vicepresidente para que apareciera junto a él, con la voz cantante, a fin de dar a entender a la opinión pública que realmente había un serio propósito de enmienda y de esa forma aplacar las protestas que no cedían ni siquiera ante la brutalidad de la represión policial.
Habló el Vicepresidente de la revisión del Presupuesto y de la remoción de ministros represores de la población, pero finalmente todo se tradujo en la tradicional y cajonera renuncia anual que hacen los ministros “para dejar en libertad al Presidente”, como si ignoraran que el Presidente tiene siempre la libertad de destituir a cualquiera. El ministro que tenía que ser destituido luego de las protestas sigue en su puesto y en lo del Presupuesto, como se dice en buen chapín, ni pedo le tiraron al pobre Vice que tuvo reuniones con algunos sectores que también cayeron de papos pensando que don Willy se había convertido en el nuevo factótum del gobierno luego de que el Centro de Gobierno se diluyó en el resto del aparato del Estado, desapareciendo formalmente el poder de Miguel Martínez aunque, en la práctica, sigue rampante.
El problema cuando uno se deja utilizar en una forma tan burda es que eso destruye la autoridad moral. Un Vicepresidente tiene que conocer lo suficiente al Presidente como para saber si le están dando atole con el dedo y, de sospecharlo, no debe prestarse a burdas jugadas que persigue, como en este caso, ganar tiempo para aplacar aguas tormentosas.
El papel del Vicepresidente no es fácil, sobre todo si el Presidente no le tiene ningún respeto porque entonces le tratará siempre como trapo shuco. Si tras eso baja la cabeza y se presta para ser títere en momentos críticos, el resultado es tremendo porque pierde la credibilidad que necesita tener siempre cualquiera que aspire a ejercer funciones de liderazgo.
El Vice nunca se pronunció sobre la no remoción del Ministro de Gobernación, la fantochada de “cerrar” el Centro de Gobierno ni el manoseo del tema del Presupuesto, cuestiones claves en la última aparición conjunta con Giammattei.