Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Como es su costumbre, y más viniendo de un extraordinario profesor de derecho y gran abogado, ayer publicó su artículo el Licenciado Luis Fernández Molina e hizo magistral referencia a lo que puede ser el buen ladrón de nuestros días. Lo asoció principalmente con los que roban poco mientras que expandió las categorías. Empezó colocando a los roba vueltos como el buen ladrón, a los de grandes ligas los distribuye entre el mal ladrón, el Barrabás, el Herodes y el Innombrable, éste último criminal nato. La descripción que hace de quienes encajan en cada una de las categorías me pareció muy atinada y, por supuesto, incluye algunos delitos de “cuello blanco” que fácilmente pueden tipificarse en cualquiera de los rangos.

Creo que la esencia misma del buen ladrón se encuentra en el evangelio de San Lucas, concretamente cuando describe el momento. Dice así: “Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.  Respondiendo, el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?  Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

En otras palabras, lo que define al buen ladrón no es el tipo de delito que haya cometido, sino su reconocimiento de esos crímenes, el arrepentimiento y el asumir las consecuencias de sus actos, cosa que no ocurre, tristemente, con quienes de manera insaciable se dedican a saquear al Estado, aprovechándose de fondos que debieran ser invertidos en beneficio de la población. Sobre todo cuando, puestos en evidencia, pactan para destruir cualquier esfuerzo en contra de la corrupción y cometen nuevos crímenes para encubrir los anteriores.

Todos estamos expuestos a cometer errores, algunos leves y otros graves, pero la actitud que tengamos para rendir cuentas cuando llega el momento es lo que diferencia al buen ladrón del mal ladrón. Aunque parezca absurdo, hasta el narcotraficante que el Lic. Fernández coloca en la categoría de los innombrables, si se arrepiente y asume esas consecuencias, puede alcanzar esa categoría elevadísima de buen ladrón. Pero el que se encarga de copar todo un sistema de justicia para encubrir sus acciones y garantizarse impunidad, comprometiendo todo el régimen de aplicación de la ley en un país, obviamente no sólo persiste en su calidad de mal ladrón sino que está labrando su perdición, por mucho que varios sean hasta personas de comunión diaria pero que hacen pactos para destruir la institucionalidad de un Estado, dañando a millones de personas a las que roban las oportunidades para ganarse la vida dignamente.

La maravilla de algunas columnas es que invitan a la reflexión y nos hacen meditar sobre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, tanto en el plano personal como social. Y creo que la lectura del pasaje de San Lucas nos hace ver que la calidad de Buen Ladrón no depende de la dimensión del delito sino, esencialmente, de ese arrepentimiento y de asumir las consecuencias de sus actos. Y se le dice a Juan para que entienda Pedro, como reza el viejo dicho.

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