Adolfo Mazariegos
Innegablemente la actual pandemia que de alguna manera, directa o indirectamente todos padecemos en el mundo, ha venido a desnudar falencias y padecimientos adicionales que, aunque en algunos casos eran preexistentes y sabíamos que allí estaban, no les habíamos prestado la atención que seguramente ameritaban (y ameritan, sin duda). La educación, por ejemplo, que se ha visto notoriamente afectada y su calidad mermada en términos generales, provoca preocupación debido a los efectos que se vislumbran de cara al futuro cercano y sus consiguientes consecuencias. La aplicación de modelos y programas educativos inadecuados o mal adaptados al momento histórico global, pueden resultar no sólo negativos sino contraproducentes. Es decir, todo eso que conforma los procesos de enseñanza-aprendizaje o de instrucción escolar mediante la cual nos preparamos durante años (quienes hemos tenido ese privilegio) para enfrentar de mejor manera los retos y demandas que suponen un mundo moderno, dinámico, en constante cambio y movimiento, es notablemente frágil, en gran medida inconsistente. Sobre todo, en un mundo en donde, dicho sea de paso, las desigualdades sociales -por las razones que sea-, particularmente en los llamados países en vías de desarrollo como Guatemala, saltan a la vista. Educar o instruir, en términos académicos a todo nivel, siempre ha representado retos de variada índole, en virtud de los cambios y avances constantes de la ciencia, de la tecnología, los métodos de enseñanza-aprendizaje, los recursos, el lugar, la voluntad, etc., así como las circunstancias que, como en los días que corren, representan un desafío adicional sin parangón por obvias razones, particularmente en lo relativo a la niñez y adolescencia, ya que en un considerable porcentaje, de esa formación o instrucción escolar que reciban (si la reciben) va a depender en alguna medida el éxito que tengan en su futuro personal tanto a corto, mediano o largo plazo según sea el caso. En esa misma línea de ideas, resultan más que evidentes la precariedad y el anacronismo del modelo educativo vigente en tanto que, entre otras cosas, asume la cantidad como sinónimo de calidad, lo cual es sencillamente nefasto, aunque en cierta medida entendible, en virtud de que nadie estaba preparado para una pandemia como la que afecta al mundo hoy día, pero no por ello aceptable. Puede apreciarse fácilmente lo expuesto al revisar someramente los programas de los establecimientos educativos de nivel primario (particularmente, aunque no con exclusividad por supuesto), en donde ya se pueden evidenciar jornadas extenuantes, sumamente cargadas, irracionalmente largas y en muchos casos aburridas para niños que han sido ya sometidos (para ellos seguramente incomprensiblemente) a casi un año de una forma de vida para la que no estaban preparados y que ya ha empezado a pasarles la factura […]