Alfonso Mata
La vida y la obra de nuestros pueblos y su gobiernos está impregnada de contradicciones e incongruencias, que de una manera u otra, a los unos y a los otros, les hace violar constantemente los mandatos constitucionales, los cuales de esa manera, se han transformado en una piedra en medio de su camino; dedicando ambos su día a día, a esquivar y quitar con violencia e injusticias, su cumplimiento. Todo ello ha llevado a unos y a los otros a enfrentarse en varios campos de batalla: político, social, económico y ambiental.
Inconsciente y conscientemente, todo ser humano institución, trata de ganar y forjar a su alrededor con hechos, mandatos y decires, una aureola de grandeza y nobleza; al principio, digna de la admiración de todos; pero al ser misión difícil de alcanzar y no tenerse ni fuerza ni inteligencia y voluntad para hacerlo, poco a poco se trasforma en la búsqueda de ambiciones pasionales y narcisismos y, de esa cuenta, “la emoción de caer bien y actuar para todos” se radicaliza en supra fanatismo de conservar las cosas como están y sacar el máximo provecho de ello.
Para el que está en el poder, ese sueño se convierte en una carrera contra el tiempo; pero en el pueblo: sus jóvenes o sus viejos, pobres o ricos, el actuar en un escenario de ese tipo es cosa de toda la vida, volcando en ello entusiasmo, a fin de “sacar rajá a costa de lo que sea y como sea” sin percatarse que ambos favorecen el comercio de la desigualdad y de la inequidad en todo el orden de cosas de la vida del país: en la forma de gobernar, en la forma de vivir un modo y estilo de vida. En ese sistema, el menor ataque en contra de uno de los bandos, despierta pasión e ímpetus por dominar al otro con su ambición y poder. En eso no hay ignorancia, hay arrogancia y lucha por el poder, para disfrutarlo y aprovecharlo en beneficio propio y de minorías. La conflagración entre bandos (gobierno-pueblo) al principio sólo elevada a crítica y diretes, pronto se transforma en un molde de actos de injusticia y violaciones morales y éticas, que rebaja lo humano de las facciones, que en su lucha por imponerse por la fuerza y el emocionar, desatan a su alrededor todo un mundo de odios, sin que en ninguno de los bandos sus mayorías (totalmente pasivas) opté por romper su silencio y mostrar abiertamente y poner las cartas que terminen con el conflicto, propiciando de esa manera, que la ronda interminable de pecados cometidos por uno y otro bando contra la democracia, caiga en cascada perpetua.
De tal suerte que podemos decir que dentro del papel democrático que toca jugar, ni gobierno ni población cumple con su misión, dejando que la democracia viva no bajo amenazas, sino secuestrada. Las únicas veces que el pueblo se atreve a participar en una confrontación de ciudadanía, es en las elecciones. Y para colmo, lo hace a sabiendas de que no elige sino que ratifica para que se dé lo mismo. Cada 4 años asiste a su derrota cuál mártir invencible (votantes y no votantes) e incomprendido se retrae encerrando su entendimiento político y se retira en busca de pasiones que rompan su angustia y le permitan un poco de espacio, en donde ejercer su voluntad para escalar un poquito más.