Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Catalina Drexel dijo que los últimos 20 años, de sus 97 de vida, fueron los más productivos. No sé que habría contestado si se le hubiera preguntado a Teresita de Liseux quien murió a los 24 años y menos aún cabía la pregunta a Juana de Arco quién fue quemada a la edad de 19. Las tres santas dejaron su huella en el mundo como también lo hizo Pedro de Betancourt quien estuvo los últimos 16 años, de sus cortos 41 de vida, en Santiago de Guatemala.

El tiempo corre igual para todos. Mega Alexandros en sus sorprendentes 32 años había conquistado medio mundo conocido. El declive de Napoleón empezó cuando, en 1812, tenía 43 años. Uno de los más famosos faraones vivió 18 años, Tutankamón. En las páginas oscuras se registran Calígula y Nerón que murieron a los 29 y 31 años, respectivamente. Dos de los cinco presidentes más famosos de EEUU solo gobernaron 3 años, Lincoln y Kennedy. Martí falleció a los 41 años. Entre los artistas Van Gogh murió a los 37 años, Bécquer a los 34 y García Lorca a los 38. Más recientemente tuvieron corta existencia: Marley 36, Morrison 27, Hendrix 27, Joplin 27, Cobain 27, Nino Bravo 28, Mercury 35, Selena 24, entre miles de ejemplos.
Del otro lado Oscar Niemeyer terminó un edificio a sus 102 años en 2009, Víctor Hugo a sus 81 seguía escribiendo, igual que Vargas Llosa y lo propio hacía Chaplin. Kirk Douglas a sus 100 años seguía actuando y López Tarso con 92 años actuó en Guatemala.

Lo importante no son los “años siderales” sino los “años vida”, esto es, lo que hagamos en el tiempo que disponemos. En todo caso la vida es un bien escaso, limitado y tenemos que extraer el máximo provecho para realizar nuestros objetivos, nuestra razón de vivir. Y aquí está el detalle. ¿Hacer mucho dinero? ¿Acumular mucho poder? ¿Gozar los máximos placeres? Algunos imaginan grandes proyectos (posiblemente filantrópicos) que habrán de perpetuar su memoria.

Pero vayamos a la esencia. En su magistral obra, The Source, James Michener describe a un rabino que vivió cerca de Tiberías alrededor del año 350 DC, que estaba impresionado por la enseñanza de la Mishna (parte del Talmud que condensa la tradición de los grandes rabinos) que decía: “En la otra vida a cada persona se le cuestionará y debe explicar por qué se abstuvo de los placeres normales de la vida a las que tenía pleno derecho.” Agrega Michener: “Cantar, bailar, vino en moderación, fiestas con los amigos, juegos con los niños y los jóvenes, cortejar en primavera, acariciar y consentir a los infantes son ocupaciones, dijo el rabino Asher, que traían felicidad a la vida y cualquiera podía encontrar alegría en ellos y una razón de reír.”

En nuestra cultura latinoamericana es común quejarse “cómo pasa el tiempo” y respondemos al “¿cómo estás?” con el trillado “aquí pasándola”. Una visión pasiva pero no es así. El poeta Virgilio, nos brinda una visión más dinámica; refiriéndose al mismo tema dijo: “tempus fugit”. Esto es, el tiempo se fuga como un venado que corre en la pradera, como unas liebres que se escapan en la espesura. Huye. Nos va dejando solos. Al dicho del poeta latino la tradición le agrega: “Aeternitas manet”, o sea “El tiempo se fuga y queda la eternidad.” En este sentido alguien dijo que no hay pasado ni futuro, lo único que existe es un permanente presente.

Con el Año Nuevo se abre un libro completamente en blanco. Innumerables “presentes” que se irán sucediendo a lo largo de esa vuelta que la tierra dará al sol. Aprovechémoslos. ¡Feliz Año 2021!

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