Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

El natalicio de Jesucristo que estamos por celebrar es un acontecimiento que nos obliga poner la vista en valores a veces olvidados por la prisa de los días: el amor, la vida y la esperanza, entre otros.  Centrémonos en ellos para sacarles provecho y estimular rectificaciones personales si fuera necesario (evidentemente, esto aplica particularmente en mi propia existencia).
Más allá del contenido cristiano, dejemos esas cosas para los curas, el contexto actual navideño es un llamado a hacer privar la vida en la experiencia cotidiana.  No me refiero a ser “pro-life”, según las convenciones ubicadas en el centro de las ideologías, sino al cuidado que debemos la naturaleza, a la atención personal (cuerpo y mente) y a las prácticas que engrandecen la dignidad del ser humano (en contra de la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas, las deportaciones, los encarcelamientos arbitrarios y todo tipo de condiciones de explotación).
Por supuesto que los temas de homicidio, aborto, genocidios, eutanasia y suicidio forman parte del llamado a la preservación de la vida.  Y aunque la discusión de los contenidos suele ser apasionada y violenta, la ligereza de las posiciones no debe soslayar la importancia del valor debatido: el respeto a la existencia humana.
La navidad también nos llama a la benevolencia, esto es a “querernos bien”.  No de cualquier modo, amar a mi manera, sino “bien”, como se debe, más allá de egoísmos, hábitos personales o perversiones afectivas o intelectuales.  Quizá también sea oportuno el perdón y la indulgencia, la comprensión y la magnanimidad, el sentido de grandeza que contemporáneamente me inclina a sentir empatía y soportar las ligerezas de quienes nos rodean.  El cultivo de una especie de bonhomía o franciscanismo por el que desde la simplicidad se concentra en lo que tiene importancia en las relaciones diarias.
Por último, el nacimiento de Jesucristo nos propone la esperanza.  No todo está perdido.  Debemos ubicarnos en el horizonte de eso que llaman los cristianos “el ya, pero todavía no”.  La conciencia de que la salvación se acerca, no solo la que esperan los creyentes, sino la terrena, la inmanente, la que es posible desde el trabajo creativo y la grandeza de los hombres y mujeres.  La humanidad avanza no sin dificultad, pero progresa a causa de una fuerza del espíritu que lo hace posible.
En consecuencia, no hay alternativa.  Es tiempo de renovación.  Gestar nuevos estilos de vida, revisar nuestra conducta y continuar la marcha.  No capitular.  Cultivar y regar, abonar y segar, dejar que sea el buen Dios el que provea los mejores frutos.  Esa es la navidad, un renacimiento contra los malos agüeros y la tristeza.  La fe en la alegría que está siempre por llegar: “ya, pero todavía no”.

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