Carlos Rolando Yax Medrano
“En los cinco siglos precedentes sólo un obispo había sido asesinado en esa región”. Sin embargo, en marzo de 1980 el arzobispo Óscar Romero fue asesinado mientras celebraba misa en El Salvador, por el partido político ARENA. En julio, Juan Gerardi escapó de un intento de asesinato en Guatemala, el que hubiese sido el segundo ese año en Centroamérica.
El resultado fue el cierre de la diócesis y la salida de los curas de Quiché. Gerardi viajó a El Vaticano para informar al Papa Juan Pablo II de la situación de persecución a la iglesia. Además, le solicitó un nuevo destino para continuar con su misión pastoral. Por su parte, el Papa le ordenó regresar a Guatemala y reabrir la diócesis de Quiché.
A su regreso, fue recibido por militares en el aeropuerto de la Ciudad de Guatemala, quienes le denegaron el ingreso al país y lo mandaron a El Salvador. Al llegar a El Salvador, el Presidente Napoleón Duarte le advirtió a Gerardi que asesinos lo estaban esperando. Entonces se fue a Costa Rica, donde estuvo en exilio durante tres años.
Tras la salida de Ríos Montt de la Presidencia de la República y el nombramiento de un nuevo arzobispo, Gerardi pudo, finalmente, regresar a Guatemala. Trabajó en la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala. Junto a su equipo presentó, el 24 abril de 1998, el Informe de la Recuperación de la Memoria Histórica “Guatemala: Nunca Más”.
El informe era la investigación más extensa sobre las víctimas de la guerra en la población civil. Identificó con nombre y apellidos a cincuenta mil personas, la cuarta parte del total de muertos civiles, y concluyó que el Ejército de Guatemala y sus unidades paramilitares asociadas eran responsables del ochenta por ciento de esos asesinatos.
Dos días después de la presentación del informe, Monseñor Gerardi fue asesinado, en un crimen de Estado. Él siempre hizo énfasis en que “el informe era crucial para reparar el tejido social destruido del país y para garantizar que nunca más los abusos y violaciones de los derechos humanos serían protegidos por una cultura oficial de silencio y mentiras o por un sistema legal que daba a ciertas instituciones y sectores de la sociedad carta blanca para cometer crímenes”.
La historia del obispo que trabajó para alcanzar la paz a través de la verdad, para entender y compartir el dolor y la pena de las miles de personas muertas, desaparecidas y torturadas durante uno de los períodos más violentos de nuestro país, requiere tan solo unos minutos para ser conocida, por lo menos a grandes rasgos.
Sin embargo, luego de ver “El arte del asesinato político” y comentarlo con jóvenes universitarios egresados de los colegios católicos tradicionales de Guatemala, es decepcionante la coincidencia de que a nadie jamás le fue mencionado, siquiera, un suceso tan determinante para la historia democrática de Guatemala, como triste y doloroso para la Iglesia Católica.
Guatemala es uno de los países con mayor corrupción en el mundo. Así fue consolidado, hace dos décadas, por las mismas estructuras que mataron a Monseñor Gerardi. Y la culpa la comparten, por omisión, los colegios que han formado personas a través de valores cristianos, incluido del que soy egresado. El compromiso con la fe y la justicia para transformar la sociedad y servir a los demás debe iniciar desde la educación. Es irónico que instituciones que han sido expulsadas, y han sufrido persecución del Estado, lo hayan olvidado.
Los tiempos de esconderse quedaron en el siglo pasado.