Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

Salvador Dalí pintó un cuadro: Persistencia de la Memoria, cuyo contenido y nombre ha sido usado por muchos escritores y periodistas desde hace unos 70 años. Viene siendo tan manoseado como titulares cual: Crónica de una Muerte Anunciada, El General en su Laberinto (GGM) Veinte años Después (Dumas padre) o La vuelta al Mundo en 80 Días (JV).

El nombre del cuadro de Dalí es muy sugerente y pone marca España a la obra del pintor de Cadaqués, igual que la Gioconda (LdaV) o la Sopa de Tomate (AW) que, impresos en envoltorios de papel toilette o en cortinas de baño, se han vuelto del conocimiento municipal. La absoluta cachimbirización de las artes sin que por ello las masas tuiteras y facebookeras puedan comprenderlas en su Poética.

¿En qué pensaba Dalí cuando pintó cuatro relojes: tres derritiéndose y uno incólume pero devorado por hormigas? En realidad los objetos cronométricos que son los ¡aparentes!, personajes centrales de lienzo no son excesivamente originales en relación con su nombre –Permanencia de la Memoria– porque a todos -al reflexionar en la memoria- nos viene al cerebro, de inmediato, un reloj -o un reló– como prefería escribir nada menos que Juan Ramón Jiménez. ¿Estriba lo original de Dalí en que tres se están derritiendo como pecadora conciencia de monja y uno –sólido y acostado y de leontina- se presenta devorado por insectos que bien podrían ser los delitos execrables de nuestros politiqueros? No creo que tal idea sea tan original como para alcanzar el peldaño que ha logrado en la historia del arte contemporánea. Acaso el elemento más inesperado y bastante inédito es la figura central de la obra. Una especie de cetáceo, con la boca abierta, cabeza de pato y unas largas pestañas postizas sin ojo que le corresponda. Sobre él cabalga uno de los relojes derretidos.

¿Pero quién es el personaje protagonista –pez o pájaro alargado- que roba de inmediato -la vista del que lo contempla- desde las serias y rígidas paredes del MoMa donde cuelga? ¿Somos nosotros los espectadores del lienzo o es el propio Salvador Dalí que quiere dejar constancia de su persistente memoria, que acaso -en aquel momento estético- estaba recordando y regodeándose en los pecadillos que cometió en su primera juventud con otro grande de España, grande del teatro y la poesía, Federico García Lorca, antes de que Gala medio castrara a Dalí? Chi lo sa, diría un romano, pasándose la mano bajo la barbilla. Menos lo he de saber yo, que solo soy un simple aficionado al cotilleo artístico.

La memoria nos atormenta cuando persiste en sus arrebatos y en no obedecer lo que las abuelas aconsejan con sabiduría facilona y adaptadora: el tiempo todo lo cura y, en esa curación catártica, olvidamos.

Hay la memoria individual –con y por la que debemos rendir cuentas en el “Juicio Final” de los “creyentes”- y hay la colectiva jungiana y la histórica y no digamos la judicial, aunque esta última es complaciente como virgo de mujer habilidosa -cuando quiere veleidosa- como el Poder Judicial en Guatemala.

Turbio aparece el tiempo que se iniciará -en el derretido reloj de la patria- en los primeros días del “independentista” 2021. Ya lo dije en otro artículo en este espacio: La oligarquía ha concentrado y condensado su poder absoluto en el histriónico y falso poder de un Estado disfuncional como hogar de telenovela mexicana en Cancún.

Y desde allí la oligarquía ya no ¿asumirá?, fingidas poses democráticas. Los represores riéndose del pueblo que bastante han matado ya de hambre en 2020 con sueldos de explotación, con una Educación como la de Haití y con una Salud Pública digna de perro sin pedigrí. ¡Y hambre de Lazarillo de Tormes!

Que el cuadro de Salvador Dalí siga siendo inspirador en 2021. Seamos el personaje central del lienzo que parece un delfín dormido que ¡en cualquier momento!, ha de despertar (acaso en la Plaza) para pedir cuentas al repugnante, execrable y corrupto “político” que se esconde bajo los catres de un alcahuete cuartel castrense.

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