No hace mucho, el Presidente dijo que salvarse del Covid-19 era una especie de responsabilidad personal y que cada quien tenía que encargarse de sí mismo tras la decisión oficial de reabrir la actividad económica. Hemos visto que, para efectos del papel del gobierno, en la reciente Tormenta Eta y la que le sigue, Iota, también queda en manos de las personas resguardarse de las consecuencias funestas que tiene la alta vulnerabilidad en que les coloca la pobreza. No existe, por lo visto, un mapa de los sitios más riesgosos, de aquellos donde las comunidades pueden sufrir no sólo grandes inundaciones sino deslaves que sepultan viviendas y a sus habitantes y la famosa Conred y el gobernante, sienten que ya cumplieron su papel mandando a avisar a sus delegados que viene otra tormenta para que éstos se den por enterados y hasta allí llegó el esfuerzo.
Hace pensar seriamente qué está pasando en el mundo con el calentamiento global y esta temporada de huracanes que ha sido la más agitada de la Historia y que en el caso de Centroamérica se guardó para el final con dos tremendas tormentas de consecuencias terribles para países empobrecidos por tanta corrupción. El calentamiento global y la crisis ecológica son criterios cuestionados por algunos que sienten que pueden afectar a muchas empresas y de esa cuenta los esfuerzos reales para contener el daño al medio ambiente son verdaderamente escasos.
El caso es que estamos sufriendo en carne propia las consecuencias y, lo peor de todo, es nuestra gente más abandonada y más pobre la que peor la pasa. Históricamente los grandes desastres mal atendidos pasan factura a los políticos, como se ve en Estados Unidos con el Covid-19, como se vio en Guatemala tras la peste española y los terremotos en tiempos de Estrada Cabrera y también en Nicaragua con su propio terremoto en tiempos de Somoza. Pero en Guatemala, tristemente, la gente ya se acostumbró a que no puede esperar nada de sus autoridades porque éstas hace tiempo que no se dedican a atender las necesidades del pueblo, sino que están sumamente ocupadas negociando un presupuesto que será de manga ancha para que de allí puedan fluir millones que irán a parar a las maletas de más de un funcionario público. Y nos hemos resignado a que nos tiene que llevar el diablo y quedarnos sin chistar porque perdimos nuestra capacidad de reacción, nuestra capacidad de reclamar y de exigir. Viene otra tormenta y el gobierno siente que ya cumplió, publicando el boletín del Insivumeh.