Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

post author

Luis Fernández Molina

El año en que don Clemente tomó la decisión de fundar su periódico, fue en extremo agitado (aunque no tanto como el año actual). Como una conjunción de astros oscuros se alinearon cuatro hechos relevantes, dos externos y dos internos. En lo externo estaba la Gran Guerra que, aunque era una conflagración lejana, sus efectos habrían de extenderse a todo el mundo y por los siguientes años (de hecho, contenía la semilla de la Segunda Guerra Mundial). El mundo se había trastocado y se implementaba un “nuevo orden mundial”. Nuestro “aliado”, los Estados Unidos de América se perfilaba como el nuevo rector del concierto internacional. Era políticamente correcto tomar esto en cuenta para los años venideros.

Otro factor externo fue la gripe española que creyó, al principio, que era meramente una epidemia local que surgió por las deplorables condiciones sanitarias por los recientes terremotos. A diferencia de la actual pandemia, no afectaba a personas ancianas y débiles, atacó más a jóvenes y personas sanas. “¡Jesús te ampare!” Era el dicho obligatorio cuando alguien cercano estornudaba cerca (tamaña imprudencia). A pesar de los, entonces, limitados conocimientos científicos de la época, don Manuel dictó severas medidas como prohibiciones a reuniones de todo tipo (mercados, iglesias, comercios, sociales y hasta escuelas y colegios). ¿Suena familiar? Y así como llegó se fue el causante de esa pandemia, no hubo necesidad de vacunas rusas, chinas ni de Oxford. (Lo que envía confusas y quiméricas señales en la actual crisis: “Tranquilos ¡Ya se va a ir!”).

Entre los condicionantes internos, “made in Guatemala”, están los terremotos que empezaron el 17 de noviembre de 1917 y terminaron en mayo de 1918. Claramente, una seguidilla de fuertes sismos (incluyendo el día de Navidad). Las violentas sacudidas destruyeron el 60% de la ciudad capital y muchos pueblos cercanos (Amatitlán, Villa Nueva). Tanta destrucción afectó la economía pero, desde el punto de vista político, empezó a erosionar la granítica imagen del “Señor Presidente” pues era queja común que el gobierno no había hecho nada para socorrer a las víctimas. Los temblores pues empezaron a mover la alfombra del Benemérito.

Pero los sucesos más destacados de ese 1920 fue la remoción del señor presidente don Manuel Estrada Cabrera. Un hecho insólito desde diferentes perspectivas. En primer lugar, que la Asamblea Nacional tuviera los arrestos de declarar interdicto al temible tirano que, en base al terror y la delación, se había mantenido en el poder por 22 años (si ahora nos cuesta aguantar a presidentes por 4 años, imaginen los que serían esos larguísimos años). En segundo lugar, que lo hayan depuesto en base a informes médicos que daban cuenta que Estrada Cabera no estaba en uso cabal de sus facultades. ¡Inaudito! Casi como decir que estaba “loco”. Se designó a Carlos Herrera y Luna como presidente interino. Pero Cabrera no se iba a ir fácilmente, armó en su finca La Palma (en donde está el gimnasio Teodoro Palacios) un verdadero arsenal y por una semana las balas de cañón se elevaban por encima de lo que hoy es el estadio Doroteo Guamuch para impactar en la ciudad capital. Finalmente se rindió el hombre fuerte, el 14 de abril de 1920.

Para completar el cuadro anterior quiero hacer referencia a otros elementos que incidieron en la mentalidad de ese año. Por un lado están los medios de comunicación. ¡No había! Es claro que no existía la televisión (sería perogrullada citar al cable y al internet). Tampoco radio; en 1916 se estableció la primera estación en Nueva York y en Guatemala las primeras emisiones fueron en 1929 y casi no había receptores. La única forma, única, de tener noticias era a través de los periódicos (censurados por Cabrera) o las cartas privadas del extranjero. (Continuará).

Artículo anteriorLa viralidad de las emociones
Artículo siguienteCuidadores en el ámbito familiar