Dr. Edwin Asturias Barnoya
Director Ejecutivo COPRECOVID

Han pasado más de doscientos días desde que el nuevo coronavirus obligó al cierre de escuelas públicas y privadas en todo el país. Más de cinco millones de niños, niñas y jóvenes de toda Guatemala han recibido una educación fragmentada en medio de esta epidemia. Sin duda, este confinamiento afectará a nuestra juventud y marcará sus vidas por siempre. Los niños necesitan del contacto con sus compañeros y maestros para aprender, desarrollarse y moldear su personalidad. Por ahora, ningún método virtual o telemático puede reemplazarlo. Por ello, el retorno a clases para el año 2021 es un imperativo, no solo educativo, sino para la salud emocional y cognitiva de nuestros niños y jóvenes. Escuelas y colegios necesitarán reinventar sus sistemas, capacitar a maestros, adaptar y remozar su infraestructura para educar a millones tratando a la vez de controlar el inminente contagio y evitar convertirse en nido de brotes y repuntes de coronavirus que pongan en riesgo la salud de adultos en todo el país. La evidencia científica hasta ahora parece mostrar que contrario a la influenza, los niños son menor razón para la transmisión del virus, pero esto no es ninguna garantía sanitaria.

La nueva apertura de escuelas y colegios tendrá dos pilares básicos de prevención y control del coronavirus. El primero será la protección de alumnos y maestros para evitar infecciones: uso asiduo de mascarilla, aforos y distancia física, ventilación natural, e higiene de manos serán clave. El segundo pilar es la ejecución de un sistema de monitoreo y respuesta para casos y brotes epidémicos dentro de las escuelas. Pretender poner sobre los hombros de maestros y padres de familia este sistema de vigilancia y respuesta sanitaria en casi 50,000 establecimientos educativos públicos y privados es un reto para cualquier sistema, más para el nuestro que poco ha atendido la salud escolar.

Para afrontar este desafío, la Comisión Presidencial para la Atención de la Emergencia COVID-19, ha planteado la figura del monitor de salud escolar. Contratar enfermeras, una para cada 1,500 niños en el sistema público y privado de educación, será una estrategia esencial en la prevención y el manejo de esta pandemia. Las escuelas y colegios necesitarán de un personal de salud competente y capacitado, que pueda identificar a alumnos enfermos o sospechosos de ser infecciosos, que aplique la normativa para control de brotes, y que incluso pueda desplegar pruebas y rastreo de contactos. Hasta ahora, el tener un médico o enfermera escolar, era un privilegio de algunos colegios privados en la zona metropolitana. Su función está primariamente orientada a atender la demanda de salud por lesiones y enfermedad común que ocurre durante la asistencia a los centros educativos.

La historia del cuidado en salud escolar no es nueva. En 1873, Bélgica empleó al primer médico para atender escuelas. Para 1902, la ciudad de Nueva York contrataba a 25 enfermeras luego del impacto demostrado por Lina Rogers, la primera enfermera escolar que ayudó a disminuir el ausentismo escolar y prevenir el contagio de infecciones como sarampión, difteria y sarna.

Contratar y desplegar a 2,300 enfermeras o monitores de salud escolar, permitirá a maestros y padres de familia tener la tranquilidad del retorno a las escuelas sabiendo que hay una persona competente vigilando el contagio. Esta iniciativa, no solo dará empleo a miles de mujeres y hombres jóvenes que están por graduarse, sino ayudará desde ya y en el futuro a amplificar la cobertura de vacunas como la de papiloma virus contra el cáncer del cuello de la matriz, la influenza y el tétanos; aportar al combate de la desnutrición; participar en la enseñanza de las ciencias y educar en salud reproductiva, con el derivado impacto en la prevención del embarazo de adolescentes; y trabajar en salud mental y la obesidad en jóvenes, dos problemas que crecen sin control ni prevención en poblaciones vulnerables.

Esta pandemia no solo ha desnudado nuestro postergado desarrollo humano y de seguridad social, pero está creando oportunidades únicas para avanzar estrategias que pueden proteger y transformar a nuestros niños y jóvenes, y finalmente construir una Guatemala más sana y próspera.

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