Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera
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¿La Revolución de Octubre va siendo vieja, carroza, antigua, carcamal y va necesitando de un reemplazo, aggiornamento o reforma acaso radical?

No obstante todos los años –cual una saudade que por tal inextinguible: un viejo amor- tornamos nuestros ojos a sus entrañables avatares, los íntegros hijos y nietos de ella. Y en tales recuerdos inmarcesibles proyectamos soñadores el futuro tan incierto, nuestro futuro aciago de guatemaltecos. Como aquellos que -guardando una distancia de cientos de kilómetros de pensamiento y evolución política- montaron revolucionarios ¡Mayo de 1968!, en recuerdo y memoria de las conquistas ¡y de los Derechos del Hombre!, de los años terribles pero fundamentales y necesarios de 1789-1799, sin los cuales la cultura de Occidente no habría alcanzado el desarrollo humano y la democracia de la que disfrutan unos 20 países del planeta, entre los que no se encuentra Estados Unidos.

La Revolución de Octubre de 1944 –que tumbó a Ponce Vaides, elevó a los famosos triunviros y finalmente produjo la ascensión de Arévalo- tiene 76 años de edad y parece ir ya camino de la jubilación porque (además de lo enumerado y descrito en mi columna anterior) sus incipientes modos de producción capitalista fueron impedidos y congelados por la “Liberación”. No era conveniente (para Estados Unidos y la oligarquía nacional) que los países semifeudales de Centroamérica se reformaran. Era mejor para los explotadores –intra y extra muros- los olores fétidos de la encomienda y de la reparcelación que del país consumó la Revolución del 71 y, en aquel momento, por tanto, que la Historia guatemalteca no se desplazara. Sus avances fueron tachados de comunistas por expropiar legalmente a la United Fruit Company y a muchos terratenientes con inconmensurables y colosales latifundios. Y los demás es literatura. Fue como trozar la copa de un árbol. Fue el asesinato de la patria consumado por Carlos Castillo Armas y sus secuaces, que invadieron y apuñalaron a su propia tierra comprometidos con los feudales encomenderos aycinenistas y empujados por los Foster Dulles, en el ejercicio de un sistema de producción abandonado en los Estados Unidos muchas décadas atrás por antidemocrático. Mas procazmente instituido en las tierras bananeras por los gringos.

¿Pero en 1954 se terminó el modelo en Guatemala de lo que pudo haber sido una auténtica revolución? ¡Estoy seguro de que sí! Y entonces volvimos al pasado con ligeros corrimientos hacia el desarrollo humano. Aunque el desarrollo económico haya sido y sea boyante para los aycinenistas dentro de una aparente industrialización que no encaja con el modelo de las verdaderas democracias: explotación más bien en el marco de la primera revolución industria. Bajísimos salarios mínimos, horas extras que no se pagan o se pagan a medias, mal trato al trabajador y emputecimiento de la obrera, condiciones en el espacio laboral abigarradas y antihigiénicas, etc. Y en el área rural mejor ni hablemos: la miseria a ultranza como siempre en la Guatemala profunda e inmutable. ¿Pero podría el modelo del 44 renacer entre esos miasmas infames e intentar volver por sus fueros y paradigmas?

Me decanto por una especie de posmodernismo guatemalteco en el que se relean y se repiensen los discursos que se plantearon en la época de la revolución del 44, la única en realidad en muchos siglos de Historia: la Independencia y la de 71 no fueron sino el secuestro total del poder por las tribus oligarcas: cínico y desafiante gatopardismo. Un posmodernismo que acepte que los discursos y lecturas del 44 -aunque plausibles en su día- ya no llenan las expectativas socioeconómicas de casi 80 años después. Y un rechazo hiperbólico y contundente a todo lo que vino después del 54. Casi una tabula rasa. “Inventamos o erramos” un discurso renovador para Guatemala o acabaremos hundidos y ahogados por y en las garras de la avaricia monumental de industriales y terratenientes, en los hornos nazis y fascistas del impúdico aycinenismo.

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