Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82
Hablar de soberanía en un país donde todo el año hay jets que aterrizan en pistas clandestinas en lugares en los que las autoridades a veces ni acceso tienen, es como un chiste de mal gusto y más aún cuando ese argumento es utilizado por una entidad a la que le cuesta tanto perseguir a los grupos dueños de los aviones y sus cargamentos.
La soberanía es importante y siempre hay que abordarla de manera integral, pero no podemos usar el término dependiendo de la “funcionalidad” que le queramos dar al mismo.
Durante muchos meses, Consuelo Porras decía una cosa pero tras bambalinas hacía otra porque según ella Estados Unidos la apoyaba en su agenda oculta. No sé si es ella a sus asesores o estos a ella quienes se dicen que van bien y que sigan adelante con esos planes que no se ven pero si se conocen, pero la realidad es otra. Todos ellos lo saben pero quieren evitar el Desconsuelo.
Puertas para afuera, Porras era “la Vigilante”, esa “inocente” señora que vive en una burbuja que ofrece no usar ni teléfono inteligente y que veía el mundo a través de sus asesores y secretarios que le llevaban “la realidad” a su despacho. Eso le funcionó mucho tiempo para que sus actos generaran dudas más no preocupaciones.
De un tiempo para acá, eso cambió porque más gente se fue dando cuenta que no era “Vigilante” sino cómplice y un actor muy efectivo en los planes de aquellos que se resisten a que Guatemala camine por un mejor camino para todos.
Y como todo en la vida, una vez uno ve esa realidad ya no la puede dejar de percibir y eso mismo le pasó a Estados Unidos. El acuerdo de la Fiscalía Transnacional fue la tapa al pomo y su plena intención de minar a la FECI provocó el hasta aquí. Acorralada, no le quedó otra que contestar la postura de los americanos con la cantaleta de la soberanía.
Para que en Guatemala hablemos de una verdadera soberanía nos falta mucho trecho por recorrer. En un país soberano los nuevos jueces no se pactan, en componenda con el crimen organizado, en una cárcel o en un cuarto hechizo de hospital. En una nación que atesora su soberanía, no se busca acabar con la autoridad de una corte cuando se siente como un obstáculo.
En un país soberano, la gente no es el principal producto de exportación. En un país soberano, cuando el Presidente quiere obligar a una nación a ser tercer país seguro bajo amenazas, la gente pide respeto y que las cosas se aborden de manera integral.
La verdadera soberanía la veremos cuando todos nuestros niños estén mejor, cuando tengamos más gente en universidades para ser la mano de obra calificada del futuro, cuando haya menos extrema pobreza y cuando el guatemalteco, desde cualquier camino de la vida, pueda cumplir aquí sus sueños.
Entonces, sí, todos luchemos porque Guatemala sea verdaderamente soberana pero no usemos eso como una excusa para no cumplir la ley, para no luchar por un país alejado de la corrupción y la impunidad.
Y cada vez que vea un Jet incinerado, recuerde en quien radica la soberanía actual.