David C. Martínez Amador
El arribo de un nuevo embajador a cualquier país siempre constituye un evento por demás interesante. Para un sector de la sociedad (en términos generales, en cualquier sociedad) el arribo de un nuevo embajador significa la posibilidad de estar presentes en recepciones, actividades culturales, ´cocktailes´ etc. Sobre todo si se trata de una representación diplomática gamonal en sus gastos. También es común, que el observador amateur se pregunte si con el arribo de un nuevo embajador los ejes de la representación diplomática en la relación bilateral y líneas de cooperación van a mantenerse. La verdad de las cosas, es que no depende de los embajadores sino de los esquemas de política exterior que cada Cancillería en su momento establece. En algunos casos, esos ejes dependen de visiones presidenciales concretas. Pero en aquellos países donde la política exterior está consolidada bajo sólidas doctrinas y además el cuerpo diplomático es de carrera, simplemente la política exterior opera bajo ´un piloto automático´.
Precisamente ese es el caso de los Estados Unidos de Norteamérica. En términos generales, los ejes de su política exterior varían muy poco y menos, para zonas que consideran ´ingobernables´. Regiones cómo la nuestra. A ver, lo que quiero decir es muy simple. Quienes se preguntan en términos de la direccionalidad que tendrán las relaciones bilaterales Guatemala-Estado Unidos en este momento, deben considerar que en realidad, se trata de una política establecida y dirigida hacia el Triángulo Norte. Esos ejes, concretamente: El combate al narcotráfico (esto implica sancionar funcionarios que lo fomentan o habilitan), el combate a la migración ilegal, el combate a la corrupción local (esto implica sancionar a quienes la fomentan o apoyan dentro del sistema) se mantienen en definitiva. Ya sea que tome lugar un cambio de partido en la Casa Blanca, ya sea que los embajadores sean de color republicano o demócrata.
Hay en Guatemala una tendencia a pensar que ser demócrata (en el sentido de la política electoral estadounidense) significa por fuerza, ser de izquierdas, y por eso la Administración Obama tuvo un mayor impacto en CICIG. Luego, un gobierno republicano (de derechas) terminaría por deshacer esa situación. Esta concepción es equivocada. Los Estados Unidos en materia de política exterior hacen uso de los mecanismos que sean más efectivos para conseguir sus objetivos. Es decir, si en un momento utilizar un espacio cooperación internacional resultaba útil pues se usó. Cuando ese mecanismo perdió capacidades, Estados Unidos regresó a los esquemas unilaterales: Arrestos coordinados por la DEA, operaciones encubiertas unilaterales que tendrán impacto en la política guatemalteca (cómo la operación Black Mass).
Esto quiere decir, y es importante aprender a ser un observador efectivo, que la gestión del nuevo embajador estadounidense en Guatemala debe interpretarse a la luz de un embajador de carrera y republicano con claras intenciones de hacer sentir la política exterior de su país. La cooperación en este contexto significa ayudar en la mayor capacidad posible a eliminar los vicios de la política local que terminan siendo un dolor de cabeza para los estadounidenses. Es mi impresión que desde Washington hay sentir muy claro en razón que no sólo Guatemala (sino el Triángulo Norte) profundiza su situación de ser una zona con fuerte tendencia a las crisis de gobernabilidad donde la narco política se ha hecho la regla.
Mi interpretación es que la gestión del nuevo embajador proyectará la capacidad de ser un actor de tutela (algo ya tradicional en los embajadores estadounidenses) en uso de todos los instrumentos a su disposición: Cancelación de visas, solicitudes de extradición (incluyendo políticos de alto nivel) y muy posiblemente, bajo el brazo: ´La Magnitsky´.