Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Los gremios aparecieron en el tablado histórico en su justo momento, florecieron en su etapa feliz, cuando las comunidades de Europa Occidental emergían de las sombras de la Alta Edad Media. Se superaba, al fin, una etapa tenebrosa de casi seis siglos de anarquía (provocadas por el resquebrajamiento de la Pax Romana), de guerras constantes entre las incontables “ciudades estado” que componían el fragmentado mosaico europeo por la inexistencia de poderes centrales. Quedaron atrás los castillos amurallados, las armaduras, las barbacanas, la anarquía institucional y el estado constante de guerras entre ciudades. Los pobladores daban gracias a Dios por el nuevo florecer y como muestra de ese agradecimiento se dieron a la colosal tarea de erigir magníficas catedrales (siglos XII y XIII), que admiramos hasta el día de hoy. Las ciudades dejaron de ser amuralladas y empezó a fluir el comercio abierto con vientos muy favorables.

Pero surgió un nuevo tipo de guerra: la contienda comercial. Las ciudades competían entre sí para proveer diferentes productos y servicios. Por eso se empezaron “a cerrar” los oficios, en defensa de los intereses de cada comunidad; consideraban que era la forma de proteger los puestos de trabajo y la economía de los emergentes burgos. Los carpinteros no querían que se aceptaran productos fuereños porque les podían quitar el mercado y, en todo caso, rebajar los precios. Pero no solo los carpinteros, idéntica postura tomaron los albañiles, yeseros, zapateros, pedreros, alfareros, marroquineros, herreros, tintoreros, tejedores, hiladores, pintores, etc.

Para garantizar la ocupación de los artesanos y comerciantes locales se implementó el sistema de gremios que eran mecanismos de control y una flagrante restricción al comercio y a la libertad de trabajo. Dos fueron los ejes transversales del sistema gremial: a) Mutualismo y b) Monopolio. El mutualismo es un interesante anticipo de los sistemas previsionales que se empezaron a implementar siete siglos después (en la Alemania de Bismarck). En ese sentido los gremios eran verdaderas hermandades que hasta tenían santos patronos y se cuidaban mutuamente, esto es, que en caso de enfermedad, accidente o siniestro que afectare a algún miembro los demás venían en su rescate facilitando los medios para su recuperación y sobrevivencia; en caso de muerte se garantizaban los servicios fúnebres (un lugar en el camposanto), cierta asistencia a los deudos y hasta determinado número de misas en sufragio de su alma.

La otra característica gremial tuvo más trascendencia histórica: monopolio. Al concentrar en determinada ciudad o jurisdicción el ejercicio exclusivo de un oficio, se obligaba a cualquier ciudadano a canalizar su desempeño solamente por medio de gremios. Ninguna persona que no estuviera respaldada por el gremio del sector podía ejercer el oficio en cuestión, menos podía vender sus productos. Claramente se prohibía importar artículos del pueblo vecino donde podía más barato ni se permitía que artesanos individuales ofrecieran sus servicios (seguramente a precios más bajos).

Los gremios eran una especie de fraternidades casi secretas, de sociedades cerradas, de guildas, de logias. Guardaban bajo juramento secretos de su arte, los que iban transmitiendo. A lo interno se conformaban por una rígida escala: aprendices, compañeros, oficiales y maestros. Para cualquier iniciado debía ascender conforme esos grados. En los trescientos siglos de la Guatemala colonial se implementaron normas gremiales aunque no con tanto rigor como en Europa por muchas razones, especialmente por la mano de obra indígena.

El sistema gremial no pudo sostenerse frente a los huracanados vientos de la Revolución Francesa que proclamaban la abolición de privilegios (los gremios lo eran) y libertad de los individuos. Pero muchas secuelas han quedado. (Continuará).

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