Eduardo Blandón
Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Rubén Darío
Los ciudadanos norteamericanos deberían estar preocupados por las próximas elecciones presidenciales, no solo por los resultados, que prometen riñas, trifulcas y agotadores procesos legales, sino por lo que se juega en términos económicos y políticos tanto a escala nacional como internacional. ¿Lo están? Me temo que muchos no, como sucede, por demás, en la mayoría de países democráticos donde la sociedad se entretiene en otros menesteres ajenos a la política.
Parecen más pendientes los europeos que desean profundamente la salida de Trump del mapa político. Creo que Angela Merkel y su partido, en Alemania, por ejemplo, valorarían más negociar con un líder alterno norteamericano que represente valores mínimos para un diálogo de provecho mutuo que desgastarse con el mandatario actual. Trump es a todas luces un presidente que no ofrece condiciones.
Lo mismo les sucede a los líderes de Pekín para quienes el republicano es una amenaza sistemática para sus intereses. China esperaría que un cambio de timón les dé mejores oportunidades en una geopolítica ahora en crisis constante. Reconocen que otro mandato del nacionalista americano les pondría en apuros en una relación de desgaste sin fin.
América Latina tampoco es indiferente a la suerte de esa nación del norte. Si bien el trato de los presidentes de ese país ha sido históricamente el mismo, el discurso de Trump, su narrativa, ha sido violenta y humillante. Su lema de hacer grande a los Estados Unidos junto a los prejuicios y prácticas antiinmigrantes, han criminalizado a la comunidad latinoamericana que ve con poco aprecio al dirigente blanco.
Por otro lado, su manera de concebir las relaciones internacionales fundado en un carácter excluyente y arrogante ha desarrollado una praxis geopolítica más bien emocional e intuitiva que teórica y estratégica. De ahí la amenaza de un ejercicio de poder que con suerte no ha llevado a mayores consecuencias en el concierto de las naciones.
El proceso electoral de los Estados Unidos no nos debe dar igual. Y sí, aunque parezcamos esnobs por nuestra incapacidad de incidencia en sus resultados, reconocer cierta interdependencia debe hacernos pensar. Más aún a nuestros políticos que podrían plantear estrategias que reduzcan los daños para la comunidad. Ya deberíamos haber aprendido a negociar con ese vecino, a veces indeseable y pernicioso, pero sobre todo constante y ubicuo.