Poco a poco en Guatemala ha vuelto a una mayor normalidad con medidas de seguridad sanitaria y este año la recuperación económica debe impulsarse. Foto La Hora/José Orozco

A partir de mañana la vida en Guatemala vuelve a una mayor normalidad, si así se le puede llamar, puesto que prácticamente toda la actividad queda permitida, excluyendo de momento la enseñanza presencial, lo cual significa una confirmación de aquella decisión presidencial en el sentido de que al que le toca le toca, por lo que es imperativo que cada persona entienda que, en efecto su salud está en sus manos y que de las precauciones que tome depende el que evite contraer el COVID-19. Entre otras cosas, el gobierno decidió no prorrogar el Estado de Calamidad establecido al amparo de la Ley de Orden Público y empieza una etapa en la que las previsiones del Código de Salud serán las que prevalezcan para determinar el curso de la acción oficial ante la pandemia.

Siempre hemos creído que la legislación ordinaria otorga suficientes facultades para actuar sin necesidad de recurrir a absurdas supresiones de las garantías constitucionales, pero como la Ley de Orden Público facilita compras y contrataciones “de emergencia” se vuelve un recurso muy socorrido. Las leyes imperantes para el tema de la salud pública son claras al asignar responsabilidades a los funcionarios para la prevención de enfermedades, especialmente en caso de epidemias o, peor aún, de pandemias, lo que las faculta para establecer el sistema como el de semáforos que gradúan el ritmo del distanciamiento social, aunque el mismo haya sido desvirtuado al punto de que ahora se advierte que “Durante los primeros 3 meses posteriores a la publicación de este acuerdo, las localidades consideradas en verde se clasificarán como alerta amarilla, dada la fase actual de la epidemia”, galimatías propio de nuestras brillantes autoridades.

El caso es que no podía esperarse mucho de un Estado con las deficiencias que muestra el de Guatemala, en todos los campos de acción, y por lo tanto resulta absolutamente necesario entender la enorme importancia de mantener las necesarias precauciones para evitar nuevos y más contagios. El uso de la mascarilla se ha probado como el recurso más efectivo para prevenirlos, así como el distanciamiento social. Por supuesto que ya hemos visto que desde hace semanas se ha ido produciendo un mayor relajamiento de la población, incrementado sin duda por la impresión de que el mal no es tan grave si a una persona mayor de sesenta años y con varios factores de riesgo no le hace nada, no hay razón para andar con tantos cuidados.

Sin embargo la experiencia mundial es importante y obliga a no abandonar las precauciones porque el virus aún sigue allí.

Redacción La Hora

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