Foto ilustrativa. Paquetes amontonados y pendientes de entregar en Correos. Foto La Hora/José Orozco

En los últimos días hemos visto realidades que reflejan nuestro atraso y deplorable condición que solo se puede explicar en el marco de un Estado fallido, incapaz de cumplir con obligaciones esenciales. La supuesta reactivación del correo, luego de años de que ese servicio desapareció por completo, aislando a Guatemala del mundo porque las cartas y paquetes que alguien enviaba usando el servicio universal de correos jamás llegaba a su destino, dejó en evidencia los montones de correspondencia que nunca fueron entregados a sus destinatarios sin que nadie asumiera la responsabilidad. La privatización dispuesta a rajatabla como un negocio particular acabó con el servicio de correos haciendo un daño tremendo.

Ahora es la aduana de carga aérea la que se convierte en cuello de botella porque se amontonan los envíos y no pueden manejar con la eficiencia que se requiere esos bultos de mercadería que día a día siguen llegando. En medio de los rumores que hay de un jugoso negocio en marcha con la creación de un aeropuerto de carga del que ya se hablan muchas cosas, súbitamente un servicio que había sido relativamente expedito se entrampa como lo sabe hacer la burocracia cada vez que crear dificultades puede rendir frutos a la corrupción.

El contrabando, en cambio, continúa a todo trapo y para hacerse de la vista gorda los encargados de las aduanas si muestran su mayor eficiencia, pero para el ciudadano que quiere cumplir la ley, que desea pagar sus impuestos por la mercadería que le consignan, surgen obstáculos misteriosos, justo cuando alguien está tratando de armar un negocio que, a lo mejor, resulta como el de la privatización de los servicios de correo.

En Guatemala tenemos un doble problema, porque por un lado tenemos un Estado incompetente, inútil y fallido y, por el otro, una sociedad indiferente que no es capaz de mostrar siquiera un aire con remolino y que se muestra resignada a vivir en medio de los contratiempos que nos impone la mediocridad de ese despreciado pero lacerante Tercer Mundo. Eso cuando sus miembros no se apuntan gustosos a sumarse a la especie de oportunistas que sacan provecho de esa tendencia a irrespetar las leyes y normas de convivencia.

Atrás de cada problema que hay en la administración pública siempre hay que pensar mal para acertar porque acá nada es producto de la casualidad sino todo es resultado de los acomodos que se van haciendo para justificar nuevos y más creativos negocios que cumplan con el sueño de todo político y funcionario que es el de engordar sus billeteras.

Redacción La Hora

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