Dra. Ana Cristina Morales Modenesi
Los seres humanos somos frágiles ante la existencia, a tal extremo, que todos sabemos que iremos a morir un día. A veces, tratamos de olvidarnos de ello, para algunos esta verdad es considerada como una injusticia extrema, y también de manera ilusoria se persigue negar.
Así que por más fuerza que considere alguien que tiene en el acto de vivir la vida. La fragilidad se vislumbra por doquier. Es importante observar que la fuerza auténtica no es agresiva, no busca dañar ni aplastar a los demás, no es exhibicionista. Si no todo lo contrario, la fuerza busca fortalecer a las personas que se encuentran alrededor y se manifiesta con respeto. Y quienes se apropian de ella, evitan hacer un circo de su ostentación.
Apena que al abrir los ojos y ver la existencia de tristeza y amargura de muchas personas por lo que creen el bien ajeno. Y que la expresión de empatía se traduce, en la mayoría de ocasiones, a la consternación por la desgracia humana. Pero, no así, por su bienestar, por las cosas buenas que les suelen ocurrir. Es como si hubiese un conteo personal de lo bueno que le ocurre a otros y las injusticias que ocurren para sí. De tal manera, que se da el razonamiento de que todos tienen derecho a tener alegrías, pero no tantas que sobrepasen las propias.
Todos tienen derecho a gozar de un reconocimiento social, pero no tanto que, sobre pase al propio. Todos tienen derecho a ser dueños de conocimientos, pero no tantos que sobrepasen los propios. Todos tienen la oportunidad de vivir en amor, pero que no sea tanta que sobrepase la propia y así en demás situaciones. Porque entonces, se prefiere ver a los demás con mayor dolor, y allí sí, más dolor que sobrepase el propio.
La existencia nos proporciona momentos, todas las personas los tenemos buenos y también malos. Pero estos tienden a tener giros y tenemos que tomar conciencia de ello. No por tratar de opacar, aplastar, devorar o despreciar a otros la persona gana fortaleza.
Quien es fuerte no necesita ocuparse de la vida de otros, está inmerso en la propia. Se ha despojado de resabios de su infancia. Es decir, ha podido madurar. Y tiene la capacidad de fortalecer a otros, compartiendo de sí con los demás. Y, ante todo, es empático por el bienestar ajeno.