Gustavo Marroquín Pivaral

Licenciado en Relaciones Internacionales. Apasionado por la historia, el conocimiento, la educación y los libros. Profesor con experiencia escolar y universitaria interesado en formar mejores personas que luchen por un mundo más inclusivo y que defiendan la felicidad como un principio.

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Gustavo Adolfo Marroquín Pivaral

Existe una sensación generalizada a nivel mundial que algo va mal. No sabemos bien qué es, pero percibimos algo en el ambiente político y social que nos deja intranquilos. Muchos prominentes intelectuales como: Amin Maalouf, Paul Mason, Slavoj Zizek, David van Reybrouck, etc. hablan de un “un gran retroceso” que la humanidad está resintiendo en muchos niveles. Desde hace unas décadas, el mundo venía experimentando una fiebre de integraciones supranacionales; con la Unión Europea a la cabeza, con una multiplicación de tratados de libre comercio, la eliminación progresiva de fronteras entre países, reducción de trámites y permisos migratorios, entre otras.

De este escenario de espíritu cosmopólita y de exaltación de la unión entre los pueblos, pasamos a la época actual donde erigir muros fronterizos e impedir la inmigración a toda costa es la apuesta segura de políticos sin escrúpulos. Del espíritu de ciudadanos del mundo hemos regresado a feroces nacionalismos que han despertado los viejos fantasmas de la exaltación étnica, racial y religiosa. Nefastos líderes populistas de ambos lados del espectro político inflaman entre sus poblaciones la eterna desconfianza que hay entre “ellos” y “nosotros”. Prometen devolverlos a la antigua grandeza de sus antepasados. Caen en la peligrosa falacia que sus líderes les venden al decirles que solo “nuestras” creencias son las verdaderas y que las creencias de “ellos” son supersticiosas y desdeñables. Esta polarización social a nivel mundial es campo fértil para los autoritarismos.

Basta con dar un vistazo al escenario internacional para quedar perplejo ante este “gran retroceso”. Tenemos a Narendra Modi en la India, furibundo nacionalista, autoritario y extremista religioso hindú, a quien ya se le acusa de perseguir minorías musulmanas y de claros abusos de poder. También encontramos al cuasi dictador Recep Tayyip Erdogan en Turquía, quien ha estado borrando de un plumazo todos los fundamentos y reformas laicas de Kemal Ataturk, fundador de la República de Turquía. Erdogan apuesta por enardecer y exaltar el islam en una república con instituciones de corte occidental. Quizás el mejor simbolismo de esto es haber reconvertido de museo a mezquita a la basílica de Santa Sofía en Estambul. Es, básicamente, una añoranza por restablecer el resplandor del Imperio Otomano.

Y, desde luego, contamos con un ejemplo muy cercano a nuestro país, el demagogo, populista, racista (entre otros muchos calificativos) Donald Trump. Que el país más poderoso del mundo haya elegido a Trump plasma de forma muy elocuente este “gran retroceso” que hemos mencionado. Trump no es el causante sino un síntoma más (tal vez el más peligroso de todos) de este fenómeno. Con su pomposo slogan “Make America Great Again” (burda copia a lo que repitió hasta la saciedad Hitler en Alemania), Trump abrió de nuevo la Caja de Pandora en el pueblo del norte. El racismo, la xenofobia, el fanatismo religioso y violencia afloraron de nuevo (si es que alguna vez se fueron) en el pueblo estadounidense, y esta vez, con una violencia nunca antes vista desde las épocas de la segregación.

No es que estemos ante un inminente apocalipsis para la humanidad, algo que se ha venido vaticinando desde tiempos inmemoriales; pero sí estamos ante un espiral descendente de violencia, fanatismo religioso y racismo en varias regiones importantes del mundo. Esto tampoco es nuevo, ya que el mundo lo ha experimentado antes…con sus respectivas nefastas y colosales consecuencias. La historia no se repite, pero rima. Y podemos estar siendo testigos de un colapso civilizacional que marcará un antes y un después en la historia.

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