Emilio Matta Saravia
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La semana pasada Prensa Libre publicó la sexta medición que la empresa ProDatos ha realizado a los guatemaltecos sobre “las actitudes de los guatemaltecos hacia el coronavirus”. Lo que más me impacta de dicha medición es la dramática caída que ha tenido la credibilidad de los guatemaltecos en las cifras oficiales sobre el número de personas contagiadas y muertas por COVID-19.
Desconozco la metodología utilizada para realizar esta serie de mediciones, pero conozco de primera mano el trabajo de ProDatos debido a que empresas donde he trabajado han utilizado sus servicios (no se si continúan utilizándolos) y puedo dar fe de que son muy profesionales en lo que hacen. Y es que los datos son contundentes: en abril de este año, a tan solo un mes del primer caso detectado en Guatemala, un 56% de los entrevistados indicados que las cifras reportadas por el gobierno sobre los casos de COVID-19 eran muy creíbles, y tan solo un 20% estimaba que las cifras eran poco o nada creíbles, mientras que un 24% consideraba que las cifras eran algo creíbles. Seis meses después, la situación ha dado un vuelco radical, al extremo de que un 61% de los entrevistados considera las cifras como poco o nada creíbles, mientras que tan solo un 14% considera que son muy creíbles, y un 25% considera que las cifras son algo creíbles. Llama la atención que el porcentaje de personas que consideran los datos algo creíbles se mantiene casi constante durante los 6 meses estudiados, por lo que da a entender claramente que son las personas que consideraban que las cifras gubernamentales eran muy creíbles las que ahora las ven como poco o nada creíbles. Eso es perder la credibilidad.
Y así como los guatemaltecos hemos perdido la credibilidad en las cifras oficiales de COVID-19, la credibilidad en el mandatario y sus equipos de gobierno (el oficial y el paralelo) también se ha visto severamente erosionada debido, no sólo al errático manejo de la información durante la pandemia, sino también a la forma como han afrontado cada uno de los errores que se han cometido. Y es que todos cometemos errores, algunos los cometemos con más frecuencia que otros. Pero una cosa es cometer un error, reconocerlo, pedir una disculpa y corregirlo, y otra muy diferente es de primero tratar de ocultarlo, luego culpar a otros del error (como a la prensa que lo da a conocer, por ejemplo) y encima tratar de “informar” en los medios oficiales como sucedieron los hechos desde el particular punto de vista del gobierno. La primera estrategia es más asertiva que la segunda, y causa un menor daño a la credibilidad de quien cometió el error.
Ayer en su mensaje diario, el presidente volvió a dar sobradas muestras, no sólo de su intolerancia a quienes lo critican, sino también de su estólido concepto de unidad (que todos debemos estar de acuerdo con su criterio, de lo contrario estamos polarizando), y su totalmente errónea noción de lo son los medios objetivos (los medios aduladores que alaban sus propuestas y acciones, independientemente de que si son buenas o malas).
El gobierno enfrenta ahora mismo una seria crisis de credibilidad, sin tener la menor idea de como superarla.