Juan Jacobo Muñoz Lemus
Lo que expongo a continuación puede ser refutado. Mi punto de partida es que los ídolos contemporáneos son vacíos y escasean los héroes. Se ha vuelto difícil tener a quien admirar en un mercado de cosas extravagantes, chocantes y descaradas; y no hay a quien irle en un escenario ocupado por la egolatría.
El ser humano quiere ser único y se ha vuelto adicto a la sobre exposición exhibicionista, como puede verse fácilmente en los medios de comunicación, las redes sociales, la política y otros espacios de dominio público. En sintonía con el concepto de business is business, nos encontramos cubiertos por un manto de influjos comerciales, vestidos de muchas maneras.
No puede ser casualidad el éxito de abundantes productos de amplia difusión, donde puede verse a la gente haciendo desaguisados y cometiendo desatinos. Espero que me den la razón los ratings de audiencia que alcanzan chismes de farándula, noticias de la realeza, reality shows, talk shows y hasta transformaciones del aspecto. Algunos medios y redes sociales inculcan formas de pensar, no siempre con el afán de educar. El amarillismo evolucionó y hoy existen netcenters e influencers que manipulan la opinión pública de diversas y hasta agresivas maneras.
Todo parece inocuo o válido al menos, y se plantea en tono admirativo; pero en la oscuridad está el deleite de ver gente en mala situación. Pasa hasta en lo privado con las historias negativas de nuestros cercanos, a quienes, a pesar de nuestra afectada indulgencia, tendemos a criticarlos.
Se espera de un niño que se divierta cándidamente con situaciones ridículas, y que llegando a adulto ponga más atención a los rigores de la vida e injusticias que se ciernen día a día sobre la humanidad. De no lograr esa transición, con el paso de los años será un niño con bigotes, de espaldas a la realidad que le corresponde atender.
Pero ¿por qué nos entretiene tanto el chisme y por qué le huimos tanto a las cosas serias?, ¿por qué tanta resistencia para ver lo importante, y por qué disfrutar viendo a los que fallan públicamente?
Dan ganas de pensar que las imágenes desfavorables de la gente provocan cierto alivio. Si alguien se ve peor que nosotros, regala en bandeja una dispensa. En cambio, cuando vemos a la gente esforzándose con espíritu elevado por algo altruista, fácilmente nos sentimos señalados en lo íntimo, y descalificados por no ser capaces de acciones plausibles. La reacción ante nobles iniciativas es desmenuzar lo que otro realiza, con intención de minimizarlo y hasta desenmascararlo. De lograrlo, la recompensa es alivio y desculpabilización.
Si la gente que está bien nos da envidia y los que están mal nos tranquilizan, es un auto engaño. Y contra este, el recurso es asumir el pensamiento auto crítico y racional para enfrentar nuestros propios conflictos, sin buscar ideas persuasivas que destronen a la realidad.
El drama humano radica en que mientras más se ve hacia afuera, menos se ve dentro, y eso evita ver los propios defectos, lo que ayuda a que sea más fácil negarlos y en consecuencia seguir cometiendo los mismos errores. Funciona incluso en el seno familiar; mientras haya un pariente disfuncional, el resto de los miembros se siente a salvo entre el ruido que hace el otro. Lo mismo ocurre con el bullying, mientras haya alguien como blanco, los demás quedan a salvo.
Nos preocupa el mundo y las injusticias que hay en él, siempre que la indignación sea por cosas que ocurren en horizontes lejanos, porque si llegan a ser situaciones al alcance de la mano para ayudar, se desvanece la enjundia y somos capaces de ponernos moralistas y hasta de atacar a las mismas víctimas.