Jorge Raymundo
Desde que yo tengo uso de razón, hace más o menos 60 años, la llamada fiesta de independencia, no ha pasado de ser una fiesta que se reduce a lo siguiente. Desfile militar, desfile de escolares estilo militar, ruido estridente de tambores, desfile de antorchas, feriado para los servidores públicos y algunos trabajadores de la iniciativa privada, mas no para los vendedores de la calle o tiendecitas de barrio, caseríos y aldeas, ahora denominados elegantemente “economía informal”. Además, es un día en que el gobierno central y de otros funcionarios de menor jerarquía, repiten un discurso alrededor de la llamada independencia, pero vacío de contenido y fuera de toda realidad. También es el día en que el maestro de escuela, le enseña un poema a la niña de independencia para que la declame ante la autoridad y demás compañeros de la escuela. Es un día de fiesta que nadie lo entiende, ni lo vive, excepto aquellos que, so pretexto de la raída independencia, se aprovecharon y se siguen aprovechando para vivir como reyes explotando a la mayoría o viviendo de los recursos del Estado para seguirse enriqueciendo.
Este hecho histórico que algunos guatemaltecos celebran y se lo creen, para la población indígena, mayoría de población pero minorizada en términos de derechos y oportunidades, nunca ha tenido ningún sentido. Y es que este país, como el resto de países de esta parte del planeta, invadidos por Europa en el Siglo XVI, tuvo su origen de un virus, el virus de la ambición, de la explotación y el de la corrupción. Venían a sacar oro y llevárselo al rey, no vinieron hacer país, no vinieron con la idea de hacer una patria para todos, sino una patria, la que llamó Severo Martínez, “la patria del criollo”. Y la patria del criollo se funda sobre la explotación de la población “invadida”. Desde entonces hasta ahora, han visto al indígena como un mozo, como un objeto de explotación, lo dieron en repartimiento y ahora como colono de las fincas de café. ¡De qué independencia hablamos carajo! Aquí no hay independencia, mis colegas los maestros deberían de quitarse eso de la cabeza cuando están enseñando historia a nuestros niños y jóvenes, para que no aprendan mentiras, para que no aprendan hechos falsos.
¡No hay nada que celebrar colegas, hermanos y hermanas! ¡¡K’am k’al q’inal chi kocha’ hex wuxhtaq, hex wanab’, manchaq jaq’eq k’aytoq kok’ul!! No nos llamemos a engaños, la independencia aún no se ha dado.
Al parecer el oro ya no es lo que buscan. Ahora están llegando a los territorios indígenas a explotar los ríos, a sacar los últimos metales que quedan, a talar los árboles, a desviar los ríos, a desalojar a los indígenas de sus tierras, a no pagar el salario mínimo, a seguir esclavizando como hace más de 500 años. ¡Venían a busca oro y llevárselo! Que no se nos olvide: ¡no hay nada qué celebrar! Pero mucho que aprender, mucho qué construir. Ojalá nos dieran cabida los de siempre. O nos la demos nosotros. Ya están cabales, no tenemos cabida, mejor la hagamos nosotros mismos. Para que podamos celebrar algún día eso que se llama independencia. Por ahora ¡no hay nada qué celebrar!