Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Adrián Zapata

Suele pasar que quienes se consideran sofisticados y profundos en su pensamiento, siempre quieran explicar la realidad, me refiero a la social por supuesto, mediante sesudos análisis históricos, estructurales, holísticos, etc.

En esta visión suelen (o solemos, para ser autocrítico) despreciar, por superficiales, las explicaciones de fenómenos sociales recurriendo a conductas individuales, perversas o virtuosas.

Sin embargo, la realidad, tan porfiada como siempre, puede decirnos que podemos estar comprendiendo como antagónicas dos verdades que son complementarias. Lo que quiero decir es que tan equivocado puede ser el determinismo que todo lo explica recurriendo a supuestas verdades escritas en piedra, como el relativismo que llega a afirmar que todo depende del color del lente con el cual se mire.

Pero también es cierto que, como dice un buen amigo, el fenómeno, por sí mismo, no puede explicar la realidad. Es más, agrego yo, hasta puede ocultarla. Ambas afirmaciones obviamente no son originales nuestras, la dialéctica así lo explica.

Hay que aprender a entender la relación entre ambas interpretaciones de la vida y de la sociedad. Las conductas humanas son expresión de subjetividades, pero tampoco se pueden explicar sin las razones que subyacen. Por eso la misma dialéctica establece que la preponderancia de las condiciones estructurales, que son la esencia, solo es en última instancia y que, efectivamente, puede haber distintas maneras a través de las cuales se exprese (los fenómenos).

Todo ese discurso lo traigo a colación, para referirme a quienes pudieran querer explicar determinadas conductas de los gobernantes a partir de las subjetividades que las inspiran. “El era bueno, pero la mujer lo pervirtió”, “él actuó de esa manera por el amor a su pareja o a su hijo”, “él toma esas decisiones porque se nubla ante el amor que su amigo (a) le provoca”; todas esas frases, además de tener una tremenda carga machista (responder a la amante, protector de su familia o de sus amores), pueden terminar por invisibilizar las causas principales que motivan sus erráticos comportamientos. De igual manera, solo centrar la atención en la ambición personal por el poder, produce los mismos erróneos resultados de interpretación.

Podrían, por ejemplo, ignorar que atrás de esas conductas hay otras realidades, constituidas por intereses, básicamente de orden económico. Por eso, el poder no sólo tiene un significado per se; interesa utilizarlo para cooptar la justicia con el propósito de lograr impunidad o bien favorecer determinados intereses económicos en los fallos judiciales. Se hace hasta lo imposible por controlar la institucionalidad no sólo porque hay ambición de poder, sino que también para favorecer los negocios con el Estado, de tal manera que siga siendo un espacio de acumulación de capital en sectores tan relevantes como los medicamentos, la construcción de hospitales o de carreteras, y otros muchos negocios más.

Es cierto que las subjetividades harán que esos intereses subyacentes se expresen de diferente manera, incluyendo las manifestaciones grotescas de irascibilidad, propias de personalidades con vocación de intolerancia y autoritarismo.

Así que, aprendamos a separar el grano de la paja. El grano es lo esencial, ‘aunque aparezcan juntos y se complementen.

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