Carlos Rolando Yax Medrano
Debería haber pasado ya la época en que era necesaria defender la libertad de prensa, como seguridad contra un gobierno corrupto y tiránico. Ya no debería haber necesidad de buscar argumentos contra todo poder que pretenda determinar las opiniones que las personas pueden escuchar. Generalmente no hay que temer, en un Estado constitucional, que el gobierno trate de fiscalizar la expresión de la opinión. Mientras más democrática es una sociedad, más noticias e información tiene. La función de la prensa es empoderar a los ciudadanos y, por lo tanto, su valor se encuentra en que otorga a las personas los medios para tomar mejores decisiones como sujetos políticos. En consecuencia, su primera obligación es con la verdad, pero en ningún caso el gobierno podrá decidir cuáles noticias presentan la verdad y cuáles no. Al menos no en un Estado democrático.
Censurar o castigar a la prensa o a una persona por su opinión, no es solo una violación a la libertad de expresión, es al mismo tiempo una violación a la libertad de pensamiento. La única forma en que una persona puede conocer a fondo un asunto cualquiera es la de escuchar lo que puedan decir personas de todas las opiniones, y estudiar todas las maneras posibles de tratarlo. Ninguna persona sabia pudo adquirir su sabiduría de otra forma, y no está en la naturaleza humana el adquirirla de otra manera. Por lo tanto, aunque parezca que la libertad de expresar y de publicar opiniones sea un principio totalmente distinto, en realidad es tan importante como la libertad de pensamiento, y son inseparables una de la otra. El rasgo que distingue a los humanos de cualquier otro animal es la capacidad de pensar y de expresar sus pensamientos, de ahí que castigar o censurar a la prensa o a una persona por su opinión, es un verdadero crimen contra la humanidad.
La más intolerante de las iglesias, la iglesia católica romana, incluso después de la canonización de un santo, admite y escucha pacientemente al “abogado del diablo”. Las personas más santas sólo pueden ser admitidas entre quienes cuentan con honores póstumos, cuando todo lo que el diablo puede decir contra ellas está pesado y medido. Con más razón, al tratarse de lo público, debe admitirse y escucharse todo lo que se tiene que decir al respecto. Si recordamos que el poder radica en el pueblo, quien lo delega en representantes para su ejercicio, no podemos olvidar que el trabajo de la prensa y de cualquier persona, en la fiscalización del gobierno, es indispensable. Antes que abogados, economistas o politólogos, una democracia moderna, para que sea tal, necesita periodistas. El periodismo es la única profesión que democratiza al Estado y pone el gobierno al alcance de todas las personas.
El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Como resultado, los gobernantes tienden a corromperse y los gobernantes absolutos se corrompen absolutamente. Cuando un presidente, o cualquier otro funcionario público, censure o castigue a la prensa o a una persona por la expresión de su opinión, será por el miedo de que la ciudadanía se empodere, de que se democratice el Estado y se ponga el gobierno al alcance de todas las personas. Cuando un gobernante diga que la libertad de expresión tiene un límite, dejará de ser un representante y será, en adelante, un tirano.