Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Cuando al presidente Franklin D. Roosevelt le tocó escoger cuál de los derechos humanos debe primar sobre los demás, eligió axiomático el derecho a la libre emisión del pensamiento, a través de los medios de comunicación (que hoy son tan heteróclitos y también tan mediocremente masificados) porque comprendió –en toda su densidad- que la libertad de Prensa avala, defiende, garantiza y protege al hombre y en consecuencia a los demás derechos humanos y asimismo a la Constitución y a les leyes. Aprehendió Roosevelt que los Derechos del Hombre –como se les llamó en el memorable año de 1789- nada son y muy poco pueden bregar -por sí mismos- si no tienen como aliados -institucionalmente garantizados- a la libre emisión del pensamiento y su manera de expresión mediante la palabra que nos hace humanos: la Prensa, los medios.

Dos hechos deprimentes y aberrados nos han sacudido –sobre todo a los periodistas o comunicadores como se nos llama hoy: soy miembro de la APG desde hace casi 50 años- la semana que acaba de pasar.

Las dos acciones convergen sobre una misma persona o han sido derivados de sus actos. Se trata de Miguel Martínez que, como un engendro superlativo de Miguel Cara de Ángel –valido o preferido temporal de “El Señor Presidente”- asume en estos momentos terribles en la efervescencia de la pandemia, el rol de un protegido, valido o preferido presidencial en una alucinación surrealista sin límites, desbocada e hiperbólica. Las dos situaciones se articulan también pertinaces sobre la libre emisión del pensamiento, el legítimo derecho a la investigación en periodismo y la libertad de Prensa. Todos los que leen o ven medios y redes, saben bien los detalles de lo que ha ocurrido en la kafkiana patria inmutable y que podría resumirse así: 1. persecución del medio digital Plaza Pública -prohijado por los jesuitas- por haberse “atrevido” a ejercer el derecho a la investigación sobre la vida de una persona pública -y funcionario-: Miguelito Cara de Ángel y 2. Acoso a Sonny Figueroa por haber dado a la estampa digital, el elenco de inverecundos “a-idóneos” (y sus jugosos e inmerecidos salarios clientelistas y sus currículos de barriada) del engendro llamado Centro del Gobierno, donde reside el núcleo del poder Ejecutivo -en el ensueño de una folie á deux que han montado, en su paranoico deliro de grandeza- el ya mencionado segunda versión de Cara de Ángel y Alejandro Giammattei quien, indudablemente, debe ser declaro mentalmente incompetente ante los despropósitos que fecunda, de la mano de su preferido.

Si la Prensa, los medios y las redes son conculcados por el Estado y en este caso mediante el Ejecutivo, debe reaccionar de inmediato –como en parte ya lo ha hecho- el PDH. Pero también, y cómo no, todos los que estamos dentro de los medios de una u otra manera o relación. ¡Y toda la ciudadanía! Porque como arriba lo apunto -al invocar y apelar al emblemático juicio de Franklin D. Roosevelt: si corre peligro la libre emisión del pensamiento y su lenguaje paradigmático: la Prensa y los medios en general, la democracia está en mayor peligro de derivar en fascismo o nazismo extremo, como es en el que venimos cayendo abisalmente desde Vinicio Cerezo hasta nuestros días con altibajos tremendistas como Ríos Montt, Lucas, Berger, Colom. Y de Pérez Molina para acá, ¡la debacle total en la miseria popular! Hasta arribar a los alucinados aparejados confesos: Giammattei y Cara de Angelito Martínez.

Martínez ha zampado a la Prensa en donde le ha pegado su gana al tratar de disminuir o evaporar sus funciones sacratísimas. ¡Y esto los periodistas y escritores –como es mi caso- no lo vamos a permitir! Lo sancionaremos con la palabra y con nuestra protesta en “La Plaza”. Allí declaremos incompetente a Giammattei y perseguiremos penalmente a su preferido o valido real.

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