Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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En medio de la pandemia los niños han tenido que hacer especiales ajustes en su vida, sobre todo con el tema de la educación a distancia que elimina los contactos sociales y me he interesado por ver cómo es que funciona lo que sin duda sigue siendo un experimento en el que, como pasa con todo lo de la pandemia, algunos reaccionan eficientemente y otros encuentran mayores dificultades. Conversando con algunos niños y padres de familia he ido aprendiendo de la mecánica que siguen distintos colegios y de las experiencias de los niños y de sus padres.

Me llamó la atención esta semana la respuesta de un niño a la pregunta de cómo le iba en el colegio. Se trata de un niño de párvulos o preprimaria, quien me dijo que a él le enojaba que la orden que daban los maestros era que, para intervenir, tenían que pedir la palabra levantando la mano y que él así lo hacía pero los maestros atendían siempre a los que interrumpían y se metían sin esperar a que se les concediera la palabra. Le pregunté a la madre cómo era la mecánica y me contó que, en efecto, en el colegio en el que tiene a su hijo se estableció esa regla de tener que pedir la palabra, pero que varios de los maestros permiten las interrupciones y, en cambio, no se fijan en los alumnos que están cumpliendo con la disposición.

Puede ser un asunto que parezca irrelevante y que no viene a cuento para una columna, pero resulta que es un ejemplo claro de errores que cometemos tanto maestros como padres de familia en la formación de nuestros niños porque estamos mandando desde muy temprano el mensaje de que las reglas no están hechas para cumplirse y que, lo peor de todo, les enseñamos desde muy temprano que el que viola esas reglas lleva ventaja sobre el que se decide a cumplirlas. Estamos formando así a ese tipo de personas que al tener licencia de conducir hacen doble fila donde no es permitido para colarse y pasar antes que los automovilistas que respetaron las normas. Estamos formando a jóvenes que pronto se darán cuenta que no vale la pena esperar a que un semáforo se ponga en verde porque si se pasan en rojo ganarán tiempo y lo hacen de manera sistemática.

Pero lo peor es que estamos educando para que la juventud se acostumbre a que cumplir con las reglas y leyes es una estupidez que se convierte en obstáculo para el “éxito” que llega mejor y más rápidamente para los que se saltan las trancas. Si queremos explicar por qué es que hay gente como Jimmy Morales que dice que la corrupción forma parte de la cultura del país, la respuesta la tenemos en esa tendencia a permitir que desde niños prevalezca la ley del más fuerte o del que se considera más vivo porque sabe que violar las normas, legales o de convivencia, lo colocará en posiciones de ventaja.

Los valores se enseñan no sólo en prédica sobre las cosas grandes sino con actitudes ejemplares desde las cosas pequeñas y los padres o maestros que no obligan a los niños a respetar elementales y sencillas reglas, están fomentando el caos y la anarquía que ya vivimos pero que puede crecer y llegar a ser algo peor.

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