Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Ya alguna vez escribí de cómo conozco a Juan Ignacio Florido, quien se encuentra guardando prisión luego de haber sido condenado por actuar como testaferro de Alejandro Sinibaldi al prestar su nombre para crear y operar una Sociedad Anónima que servía al ex ministro y ex candidato presidencial para lavar el dinero de los muchos sobornos que recibía y del financiamiento electoral ilícito que pudiera haber percibido. Juan Ignacio es un hombre de buena fe que, con su candidez proverbial, fue utilizado por quien se decía su amigo desde los años de juventud, haciendo lo que se le pedía sin percibir más que un salario, pero sin ser siquiera informado de en qué consistía la operación ni, mucho menos, de las consecuencias que pudiera tener cualquier documento que rubricaba cuando se los enviaba Sinibaldi con la instrucción de dónde estampar la firma.

Ahora que Alejandro Sinibaldi regresa al país y ofrece que va a destapar la olla de porquería en la que se movió por tanto tiempo y a la que sacó tanto provecho, sería bueno que se pusiera la mano en la conciencia y asuma la responsabilidad de lo que le hizo al amigo que hasta fue testigo o padrino en su matrimonio. A diferencia de los verdaderos cómplices de Sinibaldi, Juan Ignacio está literalmente en la calle y su familia pasa serias dificultades. Está ya condenado y no es de aquellos que están presos pero saben que al terminar de cumplir la pena saldrán a gozar de los millones que mantienen a buen recaudo. Su familia, en cambio, depende del trabajo de la esposa para subsistir.

No defiendo lo que hizo Juan Ignacio porque es un hombre adulto que debía haberse enterado de lo que estaba haciendo su amigo y del embrollo en que se estaba metiendo. Sólo digo, porque lo conozco desde que era un niño de párvulos, que sé perfectamente de esa su candidez que sin duda también conocía de igual manera Alejandro Sinibaldi y por la cual lo utilizó, embaucándolo en algo que le iba a destruir realmente su vida. Debe saber Alejandro Sinibaldi que Juan Ignacio ha sufrido mucho en la cárcel, no sólo por estar apartado de su familia y con el estigma de delincuente, sino también porque no pudo estar junto a su madre ni al abuelo que lo crió como si hubiera sido su padre cuando ambos murieron.

Entre todo lo que se espera que desembuche Sinibaldi ahora que, según él dice, regresó a enfrentar a la justicia y a destapar la cloaca del sistema, sería bueno que recordara y explicara cómo fue que embaucó a ese su pobre amigo que literalmente prestó su nombre para que el otro hiciera micos y pericos, no sólo con la persona jurídica de fachada sino con el mismo amigo al que dejó tan fregado que ahora tiene que cumplir una larga condena sin poder, ni siquiera en sueños, cumplir con la reparación económica que se le ha impuesto.

Cuando algunos amigos sugerimos que Juan Ignacio pudiera ser un colaborador eficaz resultó que él no tenía ni idea de cómo operaba la mafia y por lo tanto ninguna información que ofrecer. Y desde que está en prisión, su mujer y sus hijos pasan tremendas penas para subsistir y, sobre todo, para llevar el doloroso estigma.

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