Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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En la época de Ronald Reagan, contra lo que esperaban muchos de sus grandes admiradores en América Latina, Estados Unidos dispuso aplicar fuertes sanciones a los países en donde, para enfrentar a las guerrillas comunistas, se recurrió a la violación masiva de los derechos humanos y eso hizo que muchos gobiernos dispusieran la conformación de fuerzas paramilitares que actuaban “por su cuenta” y que permitían decir que las agresiones y atentados no eran producto de una política institucional sino de esos grupos de particulares que llegaron a proliferar por toda América Latina, dejando una huella de sangre terrible por los abusos cometidos y que gozaban de la protección que significaba, por lo menos, la indiferencia de las autoridades.

Viene a cuento lo anterior porque en Estados Unidos la gente no está dimensionando el rumbo que está tomando el país ahora que, en medio de las protestas por el tema racial, se presentan grupos paramilitares de las llamadas milicias de simpatizantes de Trump y de la supremacía blanca, para enfrentar a los manifestantes que reclaman por la excesiva violencia que usan las fuerzas policiales en contra de la población de color. Empezaron con el envío de agentes encubiertos de Homeland Security que usaban vehículos sin placas para capturar a los manifestantes, en algo que recuerda antecedentes como el de la Panel Blanca en Guatemala, pero luego de que el mismo Presidente invitó como oradores principales en su convención al matrimonio que adquirió notoriedad por haber enfrentado con fusiles de asalto y pistolas a manifestantes que pasaron frente a su vivienda, ha sido una avalancha de esas fuerzas paramilitares que no sólo amedrentan a los que protestan por el racismo, sino que han provocado ya ataques mortales, como el ocurrido cuando un joven disparó su fusil y mató a dos personas en una de las jornadas de protesta.

En algún sentido el tema racial está siendo nuevamente caldo de cultivo para una nueva guerra civil en Estados Unidos y las autoridades, lejos de por lo menos llamar a la cordura y evitar los enfrentamientos, los están alentando con un discurso sumamente peligroso. En estos meses el gobierno necesita apelar con más fuerza a sus seguidores más radicales, que son precisamente los que comparten con el presidente esa idea de la supremacía blanca, y eso alienta a los paramilitares a sacar sus armas de alto poder para movilizarse a las ciudades donde se está viviendo la tensión por las protestas. La violencia callejera es algo que le conviene, y mucho, al gobernante pero están, literalmente, abriendo brecha en una ruta que tendrá consecuencias irreparables.

Los que hemos vivido ese tipo de enfrentamientos que cuestan miles de vidas sabemos cómo empieza la cosa y lo difícil que es terminarla. De hecho quedan heridas que no se superan y que persisten aún mucho tiempo después de que terminó lo más álgido del conflicto.

Los gringos nunca pensaron recorrer la senda de los conflictos del Tercer Mundo, pero hizo falta un gobierno autoritario que no respeta la ley ni las tradiciones democráticas para torcer el rumbo.

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