La ministra de Salud, Amelia Flores. Foto Ministerio de Salud

Si algún consejo hay que darle a los funcionarios públicos es que antes de abrir la boca y soltar lo que se les viene a la cabeza se tomen unos segundos para pensar lo que van a decir para no expresar palabras que luego se tienen que tragar, aunque sea echando la culpa a la prensa que reprodujo de manera textual sus expresiones. El caso más reciente, pero para nada aislado ni único, fue el de la ministra de Salud Pública, Amelia Flores, quien interrogada en el Congreso sobre el tema de los médicos cubanos hizo causa común con Felipe Alejos anunciando que se estaban ya revisando los contratos con la Cancillería, implicando que de alguna manera el cuestionado diputado tenía razón y haciéndole eco.

Al día siguiente ella misma se rectificó aunque, nuevamente, bordeando la mentira. Si dijo que, como habíamos dicho en este espacio editorial, Guatemala no cuenta con personal médico para suplir a los que vienen de Cuba a trabajar en lugares recónditos de la Patria, y que eran necesarios, pero insistió en que el tema se analizaba con la Cancillería y el Ministerio de Relaciones Exteriores tuvo que volver a aclarar que el acuerdo de cooperación había sido suscrito por los Ministerios de Salud de Guatemala y Cuba y que la Cancillería no tenía nada que ver con el contenido de tales acuerdos.

Decimos que no es caso aislado porque ya antes el Presidente había dicho que el tema del coronavirus había sido trasladado a la responsabilidad de la gente y que de esa forma él se podía centrar ya en el tema de gobernar. Cuando se le criticó por lo que dijo, citado por los medios textualmente y reproducido en abundantes videos, dijo que su declaración había sido sacada de contexto y que no había dicho lo que dijo. Y los anales del periodismo están llenos de funcionarios que un día dicen una cosa y al día siguiente se retractan cuando les dio tiempo de pensar en las palabras que declararon o expresaron.

Cuando un funcionario habla se le toma en serio y por ello es que se buscan sus declaraciones, pero si responden impulsivamente sin pensar ni siquiera por un momento en las implicaciones de lo que se les vino a la cabeza, luego tienen que recular, culpando a la prensa por citarlos mal o por haber hecho la pregunta que los agarró desprevenidos.

Mientras más arrogante el funcionario más intempestivas sus respuestas y mayor la necesidad de pensar.

Redacción La Hora

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