Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Desde muy niño el 12 de agosto ha sido para mí un día muy especial porque en esa fecha, en el año 1897, nació en la aldea Los Achiotes, en las faldas del Jumay en Jalapa, Clemente Marroquín Rojas, mi abuelo, quien hace cien años fundó La Hora, a la que dedicó su vida y desde donde jugó un papel tan importante en la vida nacional, sobre todo en la lucha por la democracia y en contra de todo tipo de abuso de poder, entre ellos el de la corrupción que tanto daño nos ha hecho como país. De hecho, el abuso de poder tiene como lógica consecuencia la corrupción y en la medida en que ésta se va haciendo costumbre cada día demanda más, al punto que hemos llegado al extremo de que ahora en Guatemala se está librando una sorda lucha para garantizar la más plena y absoluta impunidad a todos los que se han hartado, no sólo robando el dinero del pueblo, sino robando también la oportunidad de desarrollo y hasta la esperanza a millones de guatemaltecos que finalmente no ven sino en la migración alguna oportunidad.

Alguna vez expliqué que por cosas del destino desarrollé una estrecha relación con mi abuelo porque él tuvo que salir al exilio cuando su hijo, mi papá, tenía apenas ocho años y no lo volvió a ver hasta que siendo un joven de 20 años, estudiante de medicina, decidió abandonar los estudios para viajar a México en busca de ese padre con quien no había tenido ningún contacto por las restricciones impuestas por el régimen de Ubico. Y creo que de alguna manera vio en mi la oportunidad de disfrutar la infancia y juventud que no pudo gozar en su propio hijo y de esa cuenta no sólo le solía acompañar en sus viajes a Jalapa sino también pasaba mucho tiempo con él, escuchando sus experiencias y aprendiendo valiosas lecciones no sólo sobre el oficio al que he dedicado también mi vida, sino sobre aspectos más profundos de la vida misma.

Una de las cosas importantes para mi fue entender esa aversión que tenía a cualquier forma de despotismo y abuso de poder, resaltando el histórico concepto de que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Con un profundo sentido de la justicia, nunca vaciló en librar batallas hasta por sus enemigos cuando sentía que se había cometido en contra de ellos alguna injusticia y ese tipo de actitudes me dejaron sin duda profunda huella.

Ahora, a casi 42 años de su muerte, veo con preocupación la certeza de sus preocupaciones y afirmaciones. Nunca como ahora el bando de los corruptos se había estructurado de tal forma como para lograr el control absoluto de la institucionalidad en el país, al punto de que no es exagerado hablar de la Dictadura de la Corrupción porque la colusión entre políticos, letrados, el crimen organizado y las élites ambiciosas que no dudaron en pactar con los pícaros, está a punto de someter por completo al país para acabar con el último vestigio de legalidad. La lucha por la impunidad se ha vuelto el objetivo central de esa Dictadura que, usando la polarización ideológica como arma, logró paralizar el ansia de honestidad y transparencia que mostró el pueblo hace cinco años, lo que me hace pensar cada vez más en ese mi abuelo que nunca se dio por vencido.

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