Eduardo Blandón
Parte de nuestro optimismo secular consiste en repetirnos que “saldremos bien librados de la pandemia” y creo que está bien que insistamos en ello. Tenemos suficiente con el apocalipsis diario de los medios y la cháchara de las redes sociales. Sin embargo, por poco que se piense, los daños tenemos que pagarlos y debemos apertrecharnos desde ya con vistas al futuro.
¿Qué costos? Hagamos el recuento. Tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a la mediocridad formativa de nuestra juventud. Sí, se ha hecho lo posible desde el trabajo a distancia, ya sabe, clases en línea, uso de plataformas, exámenes virtuales… los profesores han hecho lo posible, pero no es suficiente. Y no me refiero a los resultados desde la educación superior, sino a la efectividad en la educación primaria y media. Me temo que aquí los daños serán de más alto alcance.
Recuerde que la educación no es solo repetir conceptos, alcanzar ideas y analizar y criticar documentos, tiene su “plusito”. Quiero decir, lo relativo al trabajo colaborativo en un contexto cara a cara, el arte de la convivencia, las habilidades sociales, la gestión de las emociones y la práctica de los valores de comunidad: la tolerancia, el respeto, la paciencia, la justicia y la solidaridad, entre tantas otras virtudes. Los defensores más intensos me dirán que mucho de ello sucede desde el escritorio en casa, pero me resisto a tanto entusiasmo.
Por otro lado, en materia económica pagaremos el despilfarro y la corrupción de este y los gobiernos pasados (desde Vinicio Cerezo -y mucho antes- por si nos falta memoria). El saqueo lo pagaremos con desempleo, desnutrición y falta de servicios esenciales. Sin olvidar la violencia, el aumento de extorsiones y la ingobernabilidad. En esto son responsables conspicuos el Ejecutivo, el Congreso, el Ministerio Público y el CACIF. Desafortunadamente, la sociedad civil es desorganizada y carece de reflejos. Sin líderes, naufragamos y nos hundimos irremediablemente.
Por último, socialmente retrocederemos aún más. Nuestra inteligencia social no dará para más: Netflix, fiestas de viernes, conciertos y mucha religión. El buen Dios será (y es desde siempre) nuestro recurso al desconsuelo. La dialéctica entre los valores cristianos y nuestra pasmosa inmadurez humana será más evidente. Por ello, los linchamientos, las piras, la violencia cotidiana (expresada en conductas reflejadas al hablar y actuar), el odio a la diferencia (los gais, las mujeres, los indígenas y los pobres) y el individualismo se incrementará más como resultado de nuestra miseria moral.
Sí, hay que ser optimistas, pero no debemos olvidar que si no operamos, las nubes que se aproximan serán más oscuras. ¿Saldremos airosos de la pandemia? No lo sé, tengo la certeza, sin embargo, que ya estamos en harapos y alas de cucaracha. Ojalá esta conciencia procure en usted un cambio que le ponga en mejor posición. Ayudar a los demás no nos vendría mal. Recuerde que vamos todos en el barco y no podremos salvarnos solos. Seamos más inteligentes.