Adolfo Mazariegos
Mucho se ha dicho en las últimas semanas acerca de la vacuna contra el COVID-19 que, como es de imaginar, traería cierta tranquilidad a la humanidad cuando esté disponible: desde la evidente necesidad de su pronto aparecimiento, hasta los tiempos y formas mediante los cuales se podría tener acceso a ella de acuerdo con nuestra ubicación geográfica en el mundo. Eso ocurrirá, por supuesto, según las capacidades y posiciones que se tenga en cada continente, y según las posibilidades y necesidades de cada país, entre otras cosas. No obstante, existe allí también un par de situaciones que no dejan de llamar la atención en tanto que, aunque no lo parezca, podrían incidir directamente en el futuro que cada quien, según sea el caso, puede eventualmente esperar con respecto a ello. La primera de estas situaciones (que quizá no sea tan importante desde el punto de vista estrictamente sanitario, pero sí interesante desde una perspectiva más bien política) es esa suerte de persistente “necesidad” que manifiestan algunos de los países poderosos en ser los primeros demostrando su rapidez en la creación de la vacuna (lo cual es comprensible hasta cierto punto, y en este caso aceptable, puesto que no importa qué país sea el primero en ello, sino el aparecimiento y la capacidad de disposición de una vacuna confiable lo antes posible, a pesar de que la rapidez no necesariamente es sinónimo de eficiencia y eficacia, especialmente cuando se habla de vidas humanas). Afortunadamente, según se sabe al día de hoy, son varias las posibilidades que existen de ese pronto aparecimiento (pronto, relativamente), en virtud de que son varias las investigaciones y trabajos en curso que se desarrollan en tal sentido. La segunda cuestión, que por obvias razones está ligada directamente a Latinoamérica, trae consigo algunas preguntas: ¿qué tan rápido, a qué costo y en qué cantidades se podrá disponer de la vacuna en América Latina cuando aparezca? Ciertamente, la mayoría de los países del continente presenta un rezago considerable con respecto a otras áreas del mundo en cuanto a capacidades instaladas -no de recurso humano- y voluntad política para producir vacunas o hacerle frente con agilidad a una situación como la actual, situación que, sumada a otros factores como la corrupción, el endeudamiento y esa falta de voluntad política aludida, hace suponer (ojalá no), un panorama más bien incierto y sombrío dado que tiene que dependerse de los países que las producen. América Latina, en su conjunto, supera ya por mucho a otras áreas del planeta en contagios y fallecimientos en el marco de la actual pandemia. Y como a veces sucede: una cosa lleva a la otra… Esta pandemia y la necesidad de una vacuna para contrarrestarla han venido a evidenciar nuevamente y hasta con fuegos de artificio, la urgente necesidad de contar en nuestros países con verdaderos estadistas, y verdaderas políticas públicas en salud, educación e innovación, entre otras.