Mario Alberto Carrera
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La opresora clase dominante guatemalteca (y no quiero pensar en el CACIF ¡por Dios!, porque es muy variopinto y por lo tanto proteico) desde siempre, pero ciñámonos a los últimos años y sobre todos meses, ha desatado una campaña o una estrategia para acabar de derrumbar la poquita y pinche democracia que pulsa por instalarse en el poder desde la caída de la dictadura militar. Democracia balbuciente que a troche y moche anhelan derribar –hoy también- los jurásicos del Pacto de Corruptos, fortalecido -tal movimiento nazi- con la llegada a la Presidencia del ejecutor extrajudicial Giammattei, que representa -desde siempre- desde que estaba a las órdenes de Arturo Herbruger (opositor inquisitorial al Decreto 900 de Árbenz) a la alta burguesía.
La opresora clase dominante guatemalteca (encarnada sobre todo en los vetustos terratenientes medievales y de repartimientos) quiere derribar las pocas columnas y piedras clave que sostienen -apolilladamente o gravemente enfermas- la endeble democracia que lucha por sobrevivir y que toma cuerpo y se manifiesta ¡aún! mediante la Corte de Constitucionalidad (con excepciones abominables) y en la Procuraduría de Derechos Humanos. Y asimismo, atacando a una fase de la Prensa nacional democrática, muy bien representada por La Hora.
La Oligarquía no puede actuar por sí (sola) porque entonces sí que se convertiría esto en una franca plutocracia abierta. Que no conviene desnudar ante los países donantes, ante Naciones Unidas o de cara a la Corte Interamericana de los Derechos Humanos. Busca entonces anticuerpos represores ad- hoc construidos o corporizados en y por sus adláteres. Me refiero por ejemplo al ala ultraderechista y derechista del Congreso versátil y vendida o interesada en los mismos fines y explotaciones de clase o linajes tribales.
Pero ahora se presta o se ofrece para el mismo o parecido rol de hombres de paja o testaferros, el presidente de la Conferencia Episcopal -Gonzalo de Villa- que exhibe al procurador de Derechos Humanos como un sujeto censurable que defiende el matrimonio civil entre parejas gais, el aborto y todo el listado que ya sabemos: no educación sexual en las escuelas y no control de la natalidad en un país que se muere del hambre. Defensores de la vida desde el momento de su concepción, pero indiferentes a la muerte por hambre de los que nacen después de ser concebidos en la miseria.
El Derecho Natural ha sido (en cada época de la Historia se matiza diferente) la eterna arma traicionera con que las clases dominantes (y dentro de ella las iglesias de todas las confesiones) esgrimen para cimentar ¡falsamente!, el Derecho en general o sea el corpus de la Ley o de la Constitución.
El Derecho Natural es convención y acuerdo entre los que detentan el poder para justificar las normas de coexistencia social y sobre todo, para justificar también el castigo, la sanción, las multas o la cárcel de los ciudadanos. Y asimismo, los pecados y sacrilegios que se hagan en contra de la Iglesia o de su jerarquía.
En otras palabras, al igual que todo en el marco de la cultura o de la civilización, hay que perseguir y castigar -como diría Foucault- pero para perseguir y castigar hay que encontrar, asimismo, un apoyo, un respaldo tras el que se huele siempre al Ser o a la Divinidad. Y esta rastrera implementación del castigo y las ejecuciones o de la limpieza social, se usa y manipula desde Platón y Aristóteles hasta el iusnaturalismo. O en el nazismo y el fascismo –y en toda dictadura explícita o implícita- como la nuestra.
El Derecho natural es como todo en la vida: puro solipsismo o subjetivismo. Acción ¡humana y no divina!, para dominar a los otros mediante normas y leyes (de Leviatán) basadas en el Derecho Natural supuestamente indiscutible o ¿dogmático?
La verdad no os hará libres, sino la duda.