Arlena Cifuentes
La inmensa mayoría de mensajes y videos en las redes; así como, las homilías y oraciones en los templos nos hablan hoy en día de la esperanza de una nueva sociedad que emergerá como consecuencia de haber sufrido los embates de la pandemia que para unos puede traducirse en un confinamiento que conlleva al aislamiento social de donde deviene para muchos la llamada “soledad” que es un sentimiento que la mayoría, para mi sorpresa, desde antes de la pandemia las personas vienen experimentando ante la incapacidad de poder vivir consigo mismas. Generalmente son quienes poseen todo lo material y para quienes SÍ se aplica el eslogan de “quédate en casa”. Son aquellos que pretenden llenar sus vacíos existenciales con la creencia de que algo externo, cosa material o persona lo logre. No están exentos los jóvenes y un buen número de personas en el resto de la escala social.
Los embates a los que hago referencia arriba son relativos ya que depende en qué lugar de la escala social se ubique cada quien. Para algunos –lo he escuchado- significa sacrificio el no poder compartir con los amigos unos tragos o el no poder acudir a su restaurante favorito como solían hacerlo. En cambio para quienes debieran preocuparnos, los desposeídos, significa casi una condena de muerte.
Así como para unos puede ser el confinamiento, para muchos otros lo será el desempleo que los deja sin la posibilidad de satisfacer sus necesidades vitales: el alimento diario, el alquiler, el agua, la luz o sufriendo la angustia del desalojo y la suspensión de los servicios cuando más se necesitan o bien la pérdida de un ser querido en condiciones inhumanas, sin haber podido obtener la mínima atención que podría haber significado una muerte más digna. Qué emociones se acumulan como consecuencia de estas experiencias. Es inevitable sentir dolor, rabia, ira en contra de todos y de la injusticia provocada por la ambición y el hecho de ostentar el poder en cualquiera de sus formas, que se concreta en el más alto grado de la maldad humana. Qué haríamos si sencillamente estuviéramos viviendo lo mismo. Cuáles son las alternativas que el “Estado” nos deja: morir infectado o morir de hambre.
El tema de la desigualdad social genera de por sí la fragmentación entre clases sociales. Las banderas blancas son una expresión de lo anterior, un paso atrás de lo que podría ser una reacción masiva de frustración e impotencia al carecer de lo más esencial para sobrevivir.
Me atrevo a afirmar que entre quienes tienen asegurada su vida diaria no existe la suficiente conciencia y por ende la empatía necesaria para comprender en toda su dimensión la cruda realidad que a muchos sectores de población ha condenado el covid 19 sin mencionar el irrespeto a la vida suficientemente demostrado por el gobierno.
Esa esperanza porque se transformen algunas fibras del guatemalteco en donde la bondad y la solidaridad superen el egoísmo, el protagonismo, el revanchismo, la soberbia, el individualismo no será posible. Si somos honestos y escudriñamos nuestro interior, no hay un latido distinto, nada se mueve o conmueve. Lo evidencia en toda su magnitud la indiferencia del actual gobernante y el mal manejo plagado de engaños que ha hecho de esta crisis del coronavirus. A la población acomodada le vale, estos se niegan a ver de manera tajante la realidad que tienen enfrente, es la forma en la que practican su amor al prójimo.
¿Que epidemia será peor, la que proviene del covid 19, la de la corrupción y el cinismo, la de la insensibilidad del que puede y no se conmueve, la que provoca la ignorancia o la de la extrema pobreza que ya conocíamos algunos?