Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz

Seguimos con experiencias nuevas. Ahora tocó la que seguía, la inevitable reapertura.

No creo que sea culpa de nadie. La pandemia está por encima de todos; no solo del tercer mundo. También golpea al primero del cuadro de honor. El segundo es capiusero, pero igual lo alcanzó.

El momento es agudo. La muerte de tantos, al igual que pasa con la pena capital, no es disuasiva de nada. Tiene lógica cuando se piensa que, a una comunidad tan cristiana, ni siquiera la muerte de Cristo la pudo conmover. Si no por qué tanta deslealtad y conductas despiadadas.

Los municipios se pondrán celosos, exigirán sus derechos. Los rojos verán con recelo a los naranjas y se odiará a los amarillos. Las alcaldías como poder local vulnerable, serán blanco de muchos, ante la imposibilidad de rematar con quien los pintó de encendido color.

La consecuencia de la reapertura es lógica. Salir en desbandada, desparramados y en desorden. Apartarse unos de otros para mezclarse con otros en una promiscuidad pandémica desesperante. La gente desertando, dejará sus trincheras para desmandarse.

El ser humano es el mismo, si ha habido cambios serán tecnológicos y nada más. La sombra de cada uno sigue siendo rectora.

Los poderes del Estado, la iniciativa privada, la sociedad civil y la manga de muerto, con un cuero de danta que raya en dantesco, siguen siendo incapaces de ponerse de acuerdo en las cosas más elementales, ante los ojos sorprendidos de una población que no sabe de ideologías e intereses.

A unos irá peor que a otros, nada difícil de anticipar. El rigor de las desigualdades y el peso de un sistema socioeconómico que sirve para entender por qué las cosas son como son. Los que dominan, llevarán agua a su molino para cubrir las mismas necesidades que niegan a los demás.

Si a esto sumamos la respuesta básica de una población desatendida, el pandemónium es cosa fácil de entender; desorden, confusión, escándalo y griterío.

Las explicaciones que demos a nuestras conductas serán más bien simplonas, transversales y circunstanciales. Las verdaderas causas son mucho más profundas y complejas. Habiendo tanto que atender, y uno haciendo estupideces.

Decidir es fácil, lo difícil es vivir con las consecuencias. Por eso la vida no puede ser solo ir a salto de mata, brincando de una ilusión a otra. Si dividiéramos el mundo entre los que construyen y los que destruyen, sabemos quién ganaría, pero la consecuencia nos afecta a todos y nada crece. Los humanos estamos reducidos a chapuceros.

Atenidos a los hechos, a la larga todo termina siendo un pecado. Los humanos queremos sentir rico, pero no queremos el trabajo para conseguirlo. Lo que sigue es la insensatez pegada en el fondo de las ollas, contaminando todo lo que comamos.

Es el impacto de la ignorancia, la de todos. Hasta los que medio entienden, no entienden. Sabemos poco de cada asunto, solo algún detalle que no explica nada. Diremos a muchas cosas que sí, sin entender, apoyados por muchas influencias inmoralmente moralistas, cargadas con demasiadas palabras nuevas para cerebros no entrenados para pensar.

Todos hablamos; es defecto del narcisismo hablar tanto, con demasiada exposición de motivos. El exhibicionismo tiene que ratificar lo que dice, y su única preocupación es no dar su brazo a torcer.

A mí lo que más me cansa de criticar lo que hacen los demás, es tener que estar cambiando de pierna cruzada.

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