Luis Fernández Molina
Son innumerables los monumentos que legaron los antiguos para admiración de las generaciones. Destacan por diferentes causas: masivos, lujosos, laboriosos, colosales, por algún simbolismo especial y por lo inexplicable de su construcción (valgan aquí los alienígenas).
La perfección de la tecnología romana en puentes, acueductos, anfiteatros, es sorprendente y dentro de ellos destacan dos edificios: el Panteón y Hagia Sophia. El primero fue construido cerca del año 127 DC por el emperador Adriano; y fue el domo más amplio y más alto hasta mediados del siglo XIX. Sorprende cómo diseñaron las fuerzas dinámicas de ese templo circular sin reforzar con hierro ni contar con los actuales equipos. Dicen los técnicos que el concreto utilizado se refuerza y endurece con el tiempo en vez de deteriorarse. La segunda obra es también romana solo que del Oriente y construida unos 400 años después. Admira a los ingenieros lo elevado de la cúpula y la solución que diseñaron para asentarla sobre las columnas en forma de rectángulo. Tampoco se utilizó hierro.
Santa Sofía se construyó como templo cristiano aunque, en su momento fue también un mensaje político: “vean la grandeza de Constantinopla.” Sus ritos eran uniformes con el resto de la cristiandad pero después del Cisma de 1054 (separación con Roma) adaptó el rito ortodoxo. El impresionante interior fue adornado con magníficos mosaicos representando a Jesús acompañado de sus apóstoles, de muchos santos y de la Virgen María. Al caer Constantinopla en manos de los otomanos fue convertida en mezquita hasta que en 1931 fue museo.
La cristiandad y el islam han estado en constante enfrentamiento alrededor del Mediterráneo. De esa cuenta que lugares sagrados de unos pasan a control de otros. Donde se celebraban misas se congregaron los fieles musulmanes y donde había mezquitas hay ahora iglesias o museos. En varios de ellos, grupos musulmanes han pedido celebrar sus oficios, tal el caso de la Mezquita de Córdoba o la catedral de Sevilla. De hecho había algunas concesiones para realizar oraciones aunque nunca se volvió a celebrar una misa en Santa Sofía. Por ese motivo ha sido mal recibido el anuncio de que, por impulso de Erdogan, la monumental obra deja de ser el museo de Ataturk (y el destino turístico más importante de Estambul), para convertirse en mezquita. Aunque dicen que estará abierta (salvo en horas de plegaria), como las catedrales europeas, pero se han elevado voces radicales reclamando el uso exclusivo de mezquita (como seguramente será). Con efectos tecnológicos “taparán” las imágenes cristianas (incompatibles en un templo islámico donde no puede haber representaciones de seres vivos).
El mensaje de Erdogan es equívoco. Por una parte promueve un país que quiere encajar en el concierto de países europeos (el hombre pobre de Europa) como un miembro más, pero por otro lado insinúa ciertas amenazas tomando en cuenta su importancia como frontera de Europa (grande ha sido su labor en amortiguar los efectos de las migraciones). Turquía ha sido un ejemplo de tolerancia y convivencia (valgan las múltiples telenovelas turcas). El Padre de la Patria, Ataturk, promovió una nación moderna y laica. Pero Erdogan, quiere consolidar su poder y al parecer se apoya en la religión. Santa Sofía es más que un templo donde adorar (hay muchas mezquitas en esa ciudad), es un verdadero símbolo y allí se esconde el mensaje. Tiene sabor de desafío o reivindicación, acaso un castigo a los europeos que atrasan la solicitud de incorporación europea. Los turistas deberán borrar de su itinerario la visita a la monumental obra y acaso también su visita a Turquía. Qué pena. Un país tan hermoso.