Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
El pasado viernes se cumplieron 19 semanas desde que se anunció el primer caso positivo del COVID-19 en el país y al curso de la pandemia aún no se le ve punta pues a estas alturas la incertidumbre persiste y no digamos los efectos colaterales que están teniendo consecuencias devastadoras en los planos económico y social y que no se pueden superar fácilmente porque mientras el virus siga esparciéndose es natural que permanezcan restricciones derivadas del necesario distanciamiento que reducen la capacidad de promover actividad económica.
Los planes de asistencia que fueron aprobados al principio del Estado de Calamidad fueron diseñados para una duración de tres meses y algunos de ellos se agotarán en el curso de agosto, lo que significa un problema adicional para la gente que ha logrado algunos beneficios, agravando así las condiciones de necesidad en que ya se encuentra gran parte de la población que se queja de la falta de ingresos, sobre todo aquellos que al no haber sido atendidos en los programas del gobierno han recurrido a las banderas blancas como única esperanza.
Nadie, ni siquiera los expertos en epidemiología, osan hacer una proyección precisa del rumbo de la pandemia y las autoridades han optado por hacer caer el peso de la responsabilidad en los mismos ciudadanos que deben cuidarse por sí mismos y cuidar a los demás para evitar más contagios, pero se sigue careciendo de una verdadera estrategia nacional y después de una semana de las dos que el Presidente ofreció para que nos familiarizáramos con su sistema de semáforos, resulta que ello ha sido imposible porque el mismo no está definido. Lo que Giammattei presentó como su nuevo plan hace una semana no era tal cosa porque sus mismos funcionarios dicen que era apenas una propuesta sobre la que aún están trabajando.
No se trata de pintar un cuadro de pesimismo frente a la realidad, sino de una preocupación seria porque es evidente que el gobierno supuso que en tres meses estaríamos saliendo del atolladero y por esa razón la temporalidad que se puso a los programas de asistencia económica, calculados todos para un trimestre. La realidad apunta a que terminado agosto seguiremos sufriendo las consecuencias del virus que evidentemente vino para quedarse, y por lo tanto hay que hacer un nuevo planteamiento para mitigar las necesidades que se acumulan y vuelven mucho más apremiantes.
Hasta ahora los reclamos ciudadanos pueden medirse por la mesurada y educada actitud que mostraron las autoridades ancestrales de Comalapa, lo que provocó la molestia de un Presidente desconocedor de la espiritualidad de nuestro pueblo y de su preocupación por la Madre Tierra que les hace hablar del tema de la minería. Y ojalá que la ciudadanía mantenga la cordura y no sufra ningún arrebato que le lleve a reacciones fuera de control como la que mostró el mismo gobernante, quien no pudo permitir que un indígena expresara comedidamente preocupaciones derivadas de la existencia de raseros distintos para tratar a los habitantes del país.
Vienen tiempos difíciles en los que trabajar por la unidad y concordia tienen que ir más allá de las frases hechas y vacías. La empatía entre los miembros de la sociedad debe promoverse con el ejemplo porque divididos la cosa será más dura y grave.