Gustavo Marroquín Pivaral

Licenciado en Relaciones Internacionales. Apasionado por la historia, el conocimiento, la educación y los libros. Profesor con experiencia escolar y universitaria interesado en formar mejores personas que luchen por un mundo más inclusivo y que defiendan la felicidad como un principio.

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Gustavo Adolfo Marroquín Pivaral

No cabe duda de que Donald Trump es un líder carismático, y basta ver el nivel de fanatismo que despierta entre sus seguidores para entender su alcance. Cualquiera que me conoce, sabrá que soy alguien sumamente crítico con el accionar, forma de pensar y los valores de Trump. En esta columna comentaré ciertas similitudes del clima político de Alemania bajo Adolf Hitler y Estados Unidos bajo Trump. Antes de que la mente del lector comience a ajetrearse y antes de que cualquier trumpista que lea estas letras empiece a sacar espuma por la boca, no quiero insinuar que Trump esté en la misma categoría Hitler. Pero si hay una serie de rasgos de personalidad y de forma de pensar que se asemejan.

Pero en el aspecto que más encuentro similitudes en el clima político que crearon (e incitaron) en sus respectivas naciones. Hitler no solo toleraba la violencia política, sino que la incitaba y parecía complacerse con ella. En cierta ocasión llegó a decir que disfrutaba cuando la violencia estallaba mientras el daba sus incendiarios discursos. Era intolerante a la crítica y a la contención política que demanda un régimen político. Cualquier crítica hacia él era tomada como una ofensa mortal y solía responder con ataques de rabia, una verborrea de insultos y ataques físicos contra la persona que osó a criticarlo. Los medios de comunicación fueron censurados a pura intimidación, chantaje y violencia. El oscuro carisma de Hitler llenó de un fanatismo exacerbado la mente de sus seguidores. En cualquier parte del país (incluso fuera de Alemania) si uno hablaba mal del Fuhrer en presencia de algún seguidor o miembro del partido nazi, era arriesgarse a que lo molieran a palos o lo humillaran con insultos y amenazas. Criticar al Fuhrer era como criticar a Jesús.

El clima político reinante en Estados Unidos está lleno de similitudes y Trump comparte muchos patrones de conducta de Hitler. En cuanto a la violencia, Trump no solo la ha tolerado, sino también incitado. Un claro ejemplo fue el 13 de marzo de 2016, cuando se ofreció a pagar cualquier gasto legal para defender a un votante suyo después de que este agrediera a puñetazos (y amenazara de muerte) a un manifestante en un mitin trumpista en Carolina de Norte. Trump es igual de intolerante a la crítica, dando muestras de arrebato de ira e insultos contra los medios que lo critican o hacia cualquier político disidente. También 2016 amenazó con “proponer nuevas leyes contra la difamación para que, cuando escriban de manera deliberada artículos negativos, horribles y falsos, podamos demandarlos y ganar mucho dinero.” De igual manera, actualmente criticar abiertamente a Trump (especialmente en presencia de algún seguidor) es exponerse a ser insultado, difamado e incluso agredido. Criticar a Trump es como criticar a un mesías.

Hitler no tenía, al igual que Trump ahora, que dar órdenes específicas para que sus críticos fuesen agredidos, discriminados, amenazados o asesinados. Basta que un líder carismático esté al mando para crear un clima político de violencia. Dicha violencia emana de “arriba” para que se manifieste “abajo”. Hitler propició el clima perfecto para darle rienda suelta a sus “perros de caza” de las S.A y las S.S y estos actuaron con plena libertad contra cualquier indeseado de la sociedad, principalmente judíos. Trump creó el clima perfecto para que sus seguidores (y algunas agencias del Estado, como ICE) dieran rienda suelta a sus sentimientos racistas y xenofóbicos largamente oprimidos en Estados Unidos. Los inmigrantes y los afroamericanos han sufridos embates de violencia, persecución y discriminación como la Berlín de Hitler en la década de los 30’s.

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